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En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado

La mediocridad como refugio, la huida de la excelencia

La mediocridad como refugio, la huida de la excelencia

Decía Horacio "In medio stat virtus" ("La virtud está en el medio"), es lo que se ha llamado la áurea mediocridad.
En principio era un concepto positivo, que se refería a que entre ser cobarde y ser temerario lo preferible era lo intermedio, es decir, ser valiente.
Pero mediocridad tiene hoy connotaciones negativas, ya que en el terreno del arte implica "bueno, pero del montón".
Por extraño que parezca, a día de hoy conozco a mucha más gente que aspira a ser mediocre que gente que aspira a brillar.
Cuando manejo "mediocre" y "brillar" me refiero a que personas que potencialmente tiene enormes capacidades dejan pasar oportunidades que no siempre se repiten para demostrar lo que son capaces de hacer.
Creo que "la ley del mínimo esfuerzo" es su lema, pero en realidad estoy convencido de que es una excusa que oculta lo que realmente es un acto de cobardía.
El que no aspira a nada nunca se equivoca, no puede defraudar: quizá sorprenda con logros inesperados, con un gol metido en el último segundo cuando todos los demás veían al marcador y daban por terminado el encuentro.
La comodidad de decir "yo soy así", "yo no doy más de mí", "no valgo para estudiar" me repatea cuando las personas que lo dicen son más que capaces (y tengo alumnos que se cuentan a decenas en esta situación).
La naturaleza es realmente injusta: reparte aleatoriamente las modalidades teatrales: unos "quieren pero no pueden", otros "pueden pero no quieren", otros "quieren y pueden pero no saben cómo", otros "saben cómo y pueden pero no quieren"...
A veces exponerse a trepar un muro cuando hay gente observando nos pone en peligro de caer y hacer el ridículo. Por eso muchos se sientan abajo y dicen: sube tú que aquí estoy mejor.
El problema es que las vistas que ofrece ese muro desde lo alto no se pueden compartir si uno no está sentado arriba, y por eso me cuesta tanto compartir con mis alumnos las audiciones que les ofrezco en clase: por una parte, no tengo tiempo material para explicar conceptos musicales densos como la armonía, el ritmo armónico, la textura, la estructura interna de las composiciones, los colores que produce una u otra orquestación, las influencias musicales del contexto en que se gestó la obra..., conceptos que harían muchísimo más intensa la experiencia auditiva; pero por otra parte, y esto es lo que NO tiene solución, no hay muchos alumnos dispuestos a abrir sus oídos de veras. En cuanto oyen que la pieza tiene violines vuelven a desconectar el chip y piensan en sus cosas...
No los culpo, todos fuimos adolescentes, pero me da rabia que se pierdan tantos elementos con los que podrían disfrutar. Porque, y ahí está la gran respuesta a la eterna pregunta de "¿para qué sirve estudiar música?", saber música te da muchas más maneras de alcanzar el placer. No un placer estrictamente físico, sino intelectual y mental, interior. Oír una pieza y sentir simultáneamente que sabes cómo está estructurada, lo bien hecha que está, lo bien interpretada que está, el por qué, el cómo, y luego la pieza misma, ella sola, con su melodía, su armonía, su ritmo, sus giros sorprendentes...
Lo siento, hay que hacer esfuerzos. Hay que levantar el culo del suelo, estirarse un poco, crujir la espalda, menear el cuello, poner las manos en la cintura y decir: "yo puedo, y lo haré". Y no hay más.
Ya estoy cansado de ver tantos y tantos cracks conformarse con la mediocridad del suficiente al que se llega por arriba, no por abajo: porque un cinco al que llegas sudando la camiseta es una conquista, llegaste desde abajo. Pero un 5 que era un notable o casi un 9 realmente es un patinazo que uno da porque quiere, porque le da igual casi todo. O eso pretende dar a entender.
Pero a nadie le da igual todo. En el fondo creo que se trata de una estrategia de autoafirmación: como ya hubo quien llegó a lo alto del muro, ya no me interesa ir detrás. Ya sabéis lo que es estar en lo alto del muro. Dejadme en paz.
Necesitamos nuestro espacio, pero ese espacio nunca debe estar en el charco de barro, ni en el suelo recién fregado de un portal desconocido en el que nos hemos sentado sin saber por qué.
Personas muy cercanas a mí, gente de mi familia, han sido desde siempre clara muestra de ello, y lo único a lo que se llega con eso es al desastre de la descontextualización: con una edad que ya no es la de un adolescente se mantienen las mismas conquistas (o menos).
La música es ese gran salvavidas que nos iguala a todos, por eso me gusta tanto dar clases de esa asignatura: en ella, el que quiere puede. Si no sabe cómo, se le indica el camino. Y al final todo el que quiere acaba subiendo al muro.
No importan los conocimientos enciclopédicos que no se tengan, no importan las faltas de ortografía que se tengan. Tampoco me vale el talento que simplemente se tiene y que no supone ningún mérito. Tan solo vale realmente el levantar el culo del suelo y decir "esta boca es mía".
La vida no son números, aunque seamos tiempo.
La vida no son etiquetas, aunque las palabras con las que nos referimos a casi todo sí lo son.
Por eso la música es tan grande: carece de etiquetas, puede abarcar la totalidad del universo con tan sólo doce notas. ¿No es asombroso?
Que ninguna liebre vaya al ritmo de la tortuga, porque si eso sucede cuando empiece a granizar la única que tendrá caparazón para protegerse será la tortuga.

1 comentario

José Angel Maldonado -

Muy acertado el artículo. Aunque no tiene que ver con la música escribí un ensayo sobre LOS NUEVOS RETOS DOCENTES DE LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA (en Honduras). Nadie me hizo un comentario al respecto, Presumo que se consideran que "lo saben todo".