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En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado

¿Por qué no podemos alterar el sueldo del profesorado teniendo en cuenta el nivel de rendimiento de su alumnado?

¿Por qué no podemos alterar el sueldo del profesorado teniendo en cuenta el nivel de rendimiento de su alumnado?

Porque no son ganado, sino personas. Los unos y los otros.

Esa es la razón más rápida que se me ocurre cuando escucho titulares como el de ayer, en el que se plantean seriamente que el rendimiento de los alumnos repercuta en el sueldo de los profesores.

Me parece muy grave caer en este discurso tan populista, tan cargado de imprecisiones y puntos ciegos, y que para nada se sostiene tras el más mínimo análisis crítico.

Partiendo de la premisa (revisable aunque intuitivamente creíble) de que hay profesores mejores y peores, se pretende crear un estado de opinión pública que vea con buenos ojos el intrusismo y deterioro del sistema vigente. Si bien es cierto que todos hemos tenido algún profesor que era un cafre, hay un porcentaje elevadísimo en la actualidad que se esfuerzan cada día por dar lo mejor de sí mismos, pero la opinión pública es un animal de movimientos lentos y predecibles, un animal fácil de domesticar y pautar para aquellos que pueden echar mano del erario público y gestionarlo a su antojo. Y ya se sabe lo que ocurre en España: cuantos menos privilegiados haya mejor para todos, y como los profesores somos vistos como privilegiados en una sociedad enferma y retorcida que sólo se cree lo que le conviene en cada momento, pues ya se sabe...

No podemos racionar los recursos económicos que se invierten en Educación teniendo en cuenta exámenes externos, reválidas, informes PISA o cualquier otro tipo de procedimiento.

¿Por qué?

En primer lugar, no existe un modo fiable para medir, calibrar, ponderar o comparar objetivamente el nivel de esfuerzo, rendimiento y éxito del profesorado. No podemos utilizar ninguna fórmula mágica que refleje objetiva y fiablemente esta información.

En segundo lugar, porque cada alumno y alumna responden a una realidad personal, humana, cognitiva, cultural y económica diferentes.

Un par de ejemplos:

Un profesor puede poner todo su empeño en lograr que sus alumnos aprendan los mínimos para afrontar una asignatura con éxito. Puede estar enfrentándose a un retraso curricular potente, fruto de un cambio de país que implica una distribución diferente de los saberes, o por cuestiones familiares que impidieran haber estudiado a esos alumnos. Suponiendo que a lo largo del curso los estudiantes no alcanzaran el ansiado 5, pero sí un tímido y heroico 4 procedente de un 0 a principio de curso. ¿Cómo ajustamos ese avance?

Todos conocemos centros educativos que, por chanchullos que todos hemos visto desde cerca o lejos, seleccionan a su alumnado saltándose los canales oficiales y confirmando itinerarios del tipo "de este centro de primaria van directos a este centro de secundaria", etc. Eso garantiza un perfil de alumnado que excluye probablemente a minorías étnicas, estudiantes con un perfil socioeconómico medio o bajo y crea auténticos guetos de excelencia.

En un lugar como ese, ¿vamos a fiarnos de lo que diga un examen externo? ¿Es legítimo comparar el nivel de rendimiento académico de esos alumnos con el de aquellos que viven en zonas periurbanas o directamente en barriadas?

¿Con qué legitimidad moral podemos subir o bajar un salario cuando ni los alumnos, ni el profesorado, ni los centros educativos juegan en la misma liga?

¿Con la de George Bush y su Ley No Child Left Behind? ¿Esa ley que desde el año 2002 redistribuye los fondos económicos de los centros educativos en función de los resultados académicos?

Sí, sí, lo mismo que aquí pero encubierto: hemos cambiado los PROA por Contratos-Programa que son, además de una bajada de pantalones ante una Administración que pasa a considerar dentro de lo meritorio lo que antes se ganaba por derecho y necesidad, y crea unas obligaciones que se someten a baremación y posibilidad de prórroga o no.

El resultado de esto es que quienes mejor situados quedan en el ránking son precisamente quienes menos necesidades tienen, al menos en comparación con el grueso del listado, pero son quienes más recursos reciben.

¿Es este el modelo que queremos? ¿Un modelo plenamente fabril, propio de una cadena de montaje donde el que no produce no recibe y se limita a desaparecer sin hacer demasiado jaleo para no estorbar a los oligarcas de la excelencia mal entendida?

Si esta es la dirección que han de tomar las cosas yo me planto, me parece una auténtica desfachatez que se juegue de este modo (no ya con el futuro, que también) con el presente de nuestros alumnos y alumnas.

No podemos permitir que el sistema capitalista basado en las fábricas de producción en cadena se instale definitivamente en nuestros centros educativos.

Seríamos cómplices de una auténtica claudicación, indecente, injusta y profundamente destructiva.

Y es que para valorar lo bueno o malo que es cada profesor no es necesario crear medidas que afecten de pleno a una plantilla tan heterogénea. No podemos valorar ni el daño que hacemos a nuestros alumnos (al menos no a corto plazo) ni el beneficio que les ocasionamos, pero creo que lo justo es partir de la premisa de que cada cual lo hace lo mejor que puede.

Aceptar como buena una bajada de sueldo en función de criterios tan fácilmente maleables y tan poco fidedignos como el rendimiento académico del alumnado es conformarse con una miserable forma de esparcir miseria sin mejorar en nada lo que ya hay.

Y en eso sí que somos ganado: a la hora de perjudicar al prójimo, y más si es funcionario.

Pena de país.

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