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En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado

ROMANZA INÚTIL, nuevo poema

ROMANZA INÚTIL, nuevo poema

 

El amor es inútil.

La amistad es inútil.

La verdad es siempre,

siempre,

inútil.

 

El amor no sirve para nada más que para sufrir y hacer sufrir,

por turnos o despóticamente,

para demostrar lo egoísta que se puede llegar a ser,

a pesar de las apariencias,

el amor sólo vale para gastar mucho más dinero del que te gustaría

en detalles que sólo alimentan

las expectativas de recibir más regalos

todavía.

El amor sólo es útil para relajarse de vez en cuando,

en ese breve descansillo en el que se convierte la tempestad

de las eternas discusiones

cuando acabáis de llegar a un pacto,

benditas reconciliaciones,

¿qué sería del amor sin vosotras?

El amor es inútil, absolutamente absurdo,

una hipoteca en la que todo es EURÍBOR,

más y más que pagar,

menos y menos que recibir,

o lo que es peor: justo lo contrario,

no dar a basto,

recibir sin medida,

hasta la extenuación,

morir sepultado en una cárcel de amor infinito.

El amor, definitivamente, no sirve para nada.

Follemos.

Limitémosnos a empujarnos mutuamente,

sudémonos los unos sobre los otros,

gozando como bestias,

agotados,

sin pensar,

como si no hubiera un mañana.

Derritámonos al final de cada encuentro,

para luego caer, felices, libres, inconscientes, útiles,

al otro lado de la cama (o lo que sea),

mirar al techo

y saber que seguimos siendo libres,

escandalosamente libres,

eternamente libres...

¿pero de qué?

Ah, sí...

libres del amor.

 

La amistad es inútil.

Es un contrato que pesa cuando se mantiene a desgana

y duele cuando termina antes de lo esperado.

Te obliga a cumplir “obligaciones”,

a asistir a lugares adonde no siempre te apetece ir,

compartir momentos que no siempre son tuyos,

sino de ellos,

de tus amigos,

esos que saben lo suficiente de ti como para poder hundirte si te traicionan,

esos a quienes viste llorar o que te vieron hacerlo,

esos que han perdido los papeles y por quienes tu también,

aquellos que recuerdas en momentos de euforia,

en momentos de tristeza,

en momentos en los que recuerdas que también sientes algo,

que piensas,

no sólo linealmente,

sino también en bizcocho,

cociendo dos veces recuerdos más que amasados.

Tus amigos son esos seres por quienes has apostado algo

que nunca nadie más te podrá devolver si ellos fallan:

tu adolescencia.

Y muy pocos de ellos te acompañarán realmente,

pero aunque te acompañen,

aunque tengas la enorme suerte de lograr un alma gemela,

también será inútil,

porque no durará lo suficiente,

nunca lo hace.

La amistad es inútil porque te hace perder tiempo,

porque muchas veces escuece como las verdades con el rímmel corrido,

a veces duele casi tanto como la palabra más dolorosa en el momento más vulnerable,

ese en el que nadas sin manguitos en agua de río,

por primera vez,

y tras tragar mucha agua te prometes huir de esa inútil carga,

de la pesada de la amistad,

esa red de números, fechas, celebraciones, compromisos,

ataduras sociales,

y decides la utilidad de la agenda vacía,

del calendario virgen,

de la libertad insultantemente desierta.

Y es que la amistad es un invento inútil y doloroso.

 

Por último, la verdad es también inútil.

No sirve para absolutamente nada lucrativo,

nada que dé dinero,

nada que pague facturas importantes,

nada que sea un atajo,

La verdad es ese bebé que llora en el peor momento y te delata

llegando tarde a casa por la noche.

La verdad es ese espejo cabrón que te redondea

y te llena,

que te acorta las camisetas y te agacha un poco la cabeza,

que te afea o, en el peor de los casos,

te dice directamente que tienes que cuidarte un poco más.

La verdad es el niño que, asombrado, señala el muñón del manco

que pide monedas en un vaso de yogur, sentado en la acera.

La verdad es un beso que te inventaste,

una excusa que nunca llegaste a decir pero te creíste,

una mentira en la que te cazaron,

un adiós que se disfrazó de un “te llamo pronto”

y tonteó con el calendario más de lo esperado.

La verdad es absolutamente inútil,

jamás te permitirá enamorar a quien tú quieres enamorar,

porque o ya lo ha hecho antes de que tú lo supieras,

o espantará a esa persona en cuanto se te vaya de las manos

y se maquille un poco de mentira...

La verdad es esa madre a quien no puedes engañar

sin un pacto previo,

ese trato del “tú no me lo cuentas

y yo me imagino que no lo has hecho,

pero lo sabemos los dos”.

La verdad es ese divorcio que une los pedazos de la tarta de la boda

y se los lleva en un tupper a otra casa,

no a la tuya.

En la tuya queda sólo el mantel manchado y sin recoger.

La verdad es una puta que te cobra por adelantado,

y luego no es lo mismo,

porque la magia de enamorarla está encerrada en su monedero.

La verdad es inútil, no te beneficia

si quieres miel en tus oídos,

si quieres violines en tu baño,

si quieres calor en invierno

y un ventilador gratis en verano.

La verdad es tiritar en diciembre,

sudar en agosto,

y pillar siempre in fraganti a algún barbudo barrigudo

vestiéndose de Papá Noel,

sin barba real,

sin barriga real,

tan sólo con hambre real.

La verdad es real,

pero no con armiño

y cetro

y trono,

sino con charcos,

arroz que barrer tras la boda de otros,

flores que regar en jardines ajenos,

y una única idea en la cabeza:

la verdad no sirve para nada.

 

Pero yo amo la inutilidad.

No sólo porque me gusta el amor,

y me gusta la amistad,

y me gusta la verdad,

sino porque creo en ellos

y son tres palabras que caben bajo el paraguas

amplio y generoso

de la música,

no sólo como protección ante el diluvio de odio, soledad y mentira

que asedia nuestro mundo,

sino como madriguera que me permite encontrarme con aquellos

seres que merecen la pena.

 

La inutilidad te salva de los interesados:

ningún buitre vuela allá donde no ve carroña,

por lo que ningún buitre se acercará a ti si te ve con seres

tan bobos como para creer, como tú,

como yo,

en estas ideas tan inútiles.

Lo mejor de todo es que no necesitas explicarte.

Su propia necedad,

su obsesiva búsqueda de lo útil,

su pragmatismo cartesiano,

envolvente,

los amortaja y encierra en su realidad.

Porque el amor,

el de verdad,

ese que te da vergüenza nombrar en presencia de la persona interesada,

es tan increíble que no necesita rúbrica.

Lo que produce placer no puede ser inútil.

La amistad, ese vínculo tan poderoso que te hace compartirte,

mezclarte,

entregarte,

recibir,

mancharte y manchar,

es inútil para una hiena que busque su exclusivo beneficio,

pero es magnífica para quien realmente ama.

AM-OR

AM-ISTAD

La verdad une esas dos palabras con muchas más intensidad

que la etimología,

esa vieja loca que constantemente echa la vista atrás y nos dice de dónde

vienen las cosas.

Amo lo inútil,

viva lo inútil,

manteneos alejados de lo que sirva para algo.

Servir es un verbo clasista,

es un verbo que somete a aquello que lo enciende,

lo mete bajo el yugo del “para qué”,

y hace innecesario reparar en él.

 

¿Que para qué sirve la música?

Para nada.

¿Que para qué sirve amar?

Para nada.

Y una vez estén fuera de tu casa

esos chupatintas burocráticos,

enemigos de la verdad,

siervos del servir,

cierra los ojos y escucha tu música,

tu musa,

tu mundo,

y revuélcate en tu bendita inutilidad

del mismo modo que el gorrino

se deshace de placer

en su charco de barro.

 

¡Qué bien se está cuando a uno lo dejan por inútil!

2 comentarios

María -

Excelente !!

Aida -

muy bonito!! me ha encantado!!