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En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado

POEMA SOBRE LA MEZQUINDAD

POEMA SOBRE LA MEZQUINDAD

Lame sus heridas siempre abiertas

mientras presume de su vida,

tan tan dura,

pasea su indignación voraz

entre los corredores de la autocompasión.

 

Dibuja bigotes bufos en fotos de felicidad ajena

mientras repasa su lista de infortunios,

su agenda está abarrotada

de tachones,

efemérides de huecos ecos tristes

que pirograban

en su alma

enferma

injusticias imperdonables

que la hacen única.

 

Hace mucho que su corazón no late,

tan sólo resuena en él la nostalgia del nunca

mientras se agarrotan

sus manos,

tensas ante la incertidumbre

del mañana que nunca llega.

 

Perdió el olfato hace ya mucho,

por eso ignora los aromas campestres

de la sinceridad,

de una sonrisa verdadera,

de una pregunta inocente

o una respuesta

directa.

 

Teje con sumo encono

los abrigos de lana que pica para los nietos que nunca tendrá;

se promete a sí misma serse fiel,

tanto como nunca nadie lo fue,

pero el fango en sus zapatos

delata el arrepentimiento que la sume.

 

Ciega, como la ira del recién huérfano

o la clemencia del azar,

no ve ante sí los destellos

indescriptibles

que pueden surgir de cada charco,

de cada guisante,

de cada mirada.

Tan sólo tiene ojos para su obsesiva

sed de justicia,

una justicia

capaz de hacer tan infeliz a los demás

como lo es ella misma.

 

Pobre Mezquindad,

tan incomprendida,

tan denostada,

todos reniegan de ti

pero ¡cuántos te abrazan cuando oyen tronar!

 

Pobre hija bastarda,

nadie te quiere como propia,

pero todos te temen cuando te huelen

y tarde o temprano

alguno te sube las faldas para verte las bragas.

 

Luego miran a otro lado,

no va con ellos,

son mejores que tú,

pero todos saben lo a gusto que te fuman

en corrillos,

en selectos grupúsculos

de gente mejor que los demás.

Pobres miserables

que no se dan cuenta de que,

en tus brazos,

le ahorran trabajo a la de la Guadaña,

consumiendo en papel de liar del barato

sus estaciones más dulces.

 

Te mando un beso,

Mezquindad odiada,

pobrecita,

el beso del mafioso

que te promete una próxima visita

entre crisantemos y velas.

 

Guárdate tus trajes de gala,

tu pompa y el tul que te rodea,

déjame a solas con tu enemiga,

déjanos ser felices

y aprende

que el fuego que te alimenta

te consume,

mientras que la luz que compartimos

aleja de nuestro lado

las voces susurrantes

que te acompañan, nutren y abonan,

para desnudar nuestra vergüenza

y enmarcarnos junto a la chimenea en que crepitan

los leños del invierno verdadero.

1 comentario

Talía -

Me he estado paseando por tu blog. Está de lujo. Felicitaciones y gracias a la casualidad que me hizo aparecer acá.