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En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado

"Nadie sabe cómo sabe..." nuevo poema

Nadie sabe cómo sabe ser a veces diferente,
nadie sabe encajar la carcajada encadenada
del camarada con cara ajada, ¡figura endemoniada!,
nadie encaja en cajas secas
las cosechas peor sachadas,
las resultas del indulto popular inmerecido,
un insulto que el inculto nos ofrece en Telecinco,
el perdón al mataor que ha matao, y sin saberlo,
al inocente que de frente conducía, por su sitio,
sitiado y derrocado por un tonel de caro vino,
apestosa borrachera del que mata en la acera
a quien peca por cruzarse con su infamia millonaria,
ruedas locas, pocas cuerdas, poco cuerdos, puercas cerca,
las tres parcas hoy aparcan, muy dolidas, humilladas,
sus labores, no hay honores, solo infamia y llanto oculto
bajo el manto del aplauso que calumnia celebrando
el regreso del averno del que al tierno fue matando.

Nadie sabe cómo sabe la cereza envenenada
que se escurre entre las muelas, que te hiere desde el alma,
la pepita de quien brota, bruta y fuerte cual guadaña,
la arboleda que nos mata y empobrece, fiera araña,
enfrascada entre las redes de las redes infectadas
donde el bálsamo se ofrece, poco vale, mucho a veces,
ese olvido misterioso de la voz sumida en tierra,
enterrada entre cadáveres, aterrada con sus voces,
pero a salvo de las coces de los bobos que aún se baban
escuchando y salpicando con sus bocas siempre llenas
los oídos de cabezas que retumban, están huecas,
pues no piensan, sólo repiten, piten, ten, lo que escuchan,
nada piensan, pues son iguales,
nada sienten, animales...

Nadie sabe cómo sabe ser a veces diferente,
nadie sabe encajar la carcajada encadenada
nadie sabe a qué sabe saber ser diferente,
nadie sabe lo que sabe el habitante de un tren hueco
que se pierde en el túnel donde solo se oye el eco
del adiós de aquel andén donde llora algún muñeco
que la mano de una niña, ya no tanto, dejó caer
mientras se frotaba el ojo donde fue a esconderse
aquella lágrima, aquel adiós, aquel "seremos diferentes",
nadie sabe cómo sabe escuchar "felicicidades"
al verdugo que no tuvo los cojones de matarse
mientras pudo emborracharse y, enfundado en su cochazo,
de un portazo miserable rebanar vidas ajenas
ante el séquito de sierpes asquerosas que lo velan,
que se estrujan aún los dedos calculando el titular
mientras aquel otro yace, bajo tierra, para siempre
y su familia lo llora envenenada en este lagar.

Nadie sabe cómo sabe el aplauso que recibe el condenado a muerte
y apoyado por los suyos los escucha ante el cadalso,
pero sí hay quien sepa cómo sabe ese aplauso
cuando uno fue verdugo, y se llama Ortega Cano.

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