Blogia
En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado

Carta a la señorita Soledad, nuevo texto

Carta a la señorita Soledad, nuevo texto

 

“A la atención de la señorita Soledad”

 

Estimada señorita Soledad

 

Sepa usted que quien la ha conocido a fondo desea reencontrarse con usted de vez en cuando, ya que quien la ha conocido a fondo ha besado sus ojos y ha sorbido sus lágrimas, tragando la sal que hace eterna su sed de afecto.

Quien la ha conocido realmente, de esa manera en que se reconoce uno mismo en el otro, comprendiendo su dolor o su espanto con la certeza con que una madre sufre al ver cómo otra madre entierra a un hijo, quien la ha conocido (digo) no teme sus abrazos, señorita Soledad, no teme su llegada fría e inesperada un día cualquiera, porque uno sabe invitarla a bailar un vals y no llorar al sonar el último compás.

Cuando uno sabe quién es usted y no se presta a engaños con la apariencia o el mal hacer de otros incautos que la saludan cruzando los dedos en el bolsillo mezquino donde se junta el puño y el pañuelo de tela con mocos de hace años, entonces uno la rodea con sus dedos y pide otra canción a su lado, porque bailar con la señorita Soledad es lo mismo que vomitarse a sí mismo, sacar afuera un doble y entender en sus ojos que la partida nunca estuvo perdida.

Cuando uno la ha invitado a cenar, ha compartido la muerte de la noche y ha asistido al aborto de un nuevo día que sólo lo será a medias, uno desea tenerla cerca otra vez, Soledad irreverente, necesaria, deseada y odiada.

Cuando uno la ha amado lo suficiente, reúne el valor para dejar de tratarla de "usted” y darle un buen tirón de orejas.

¿Que por qué? Pues porque cuando uno no te ha sabido comprender, hermosa pero cruel Soledad, uno se ha visto a sí mismo en busca de un eco que nunca llega, sofocado por perseguir un autobús perdido por muy poco y que se aleja burlonamente hasta que lo engulle el horizonte.

Cuando uno ha tonteado contigo y se ha metido un poco de todo para sentirse mejor, fuera de sí, intentando huir de su propia piel, de su nombre, de su apellido, de su profesión, de su familia... y al final ha encontrado la evidencia inexorable y terca de que eso no se puede hacer, entonces uno confunde tu naturaleza liberadora con tu contumacia.

Porque, y esto debes recordarlo siempre, tu presencia absorbe a tu huésped, Soledad, tu abrazo pérfido y maravilloso convierte en solitarios a los incautos, tu beso mágico se pirograba en la frente de quien te ha probado varias veces y ahuyenta a los gregarios, incapaces de comprender el valor de la independencia conquistada cada día, nunca dada por supuesta (pues de ese modo es cuando se pierde irremediablemente).

A veces visitas a personas que no tienen práctica en la lidia de emociones, y les haces sentir desafortunadas, incomprendidas, abandonadas a su suerte.

Es por eso, querida Soledad, que me encantaría que cambiaras tu vestido de deshollinadora de chimeneas ajenas, pedigüeña fétida que se aísla en la acera de enfrente, sicaria de la Envidia que corroe a la fea, invitada al bautizo del millonésimo hijo de la Mezquindad y el Dinero... me encantaría que cambiaras ese vestido y te pusieras el peto vaquero lleno de manchas de pintura, con los bolsillos rotos y las suelas de los zapatos desgastadas por haber jugado demasiado en el parque.

Te regalaría un pasado mejor, lleno de risas y misteriosas historias compartidas con amigos.

Querida Soledad, si pudiera, te regalaría un álbum de fotos con fiestas de cumpleaños, con sorpresas atrapadas bajo el flash que pintarrajea de rojo tus pupilas magníficas.

Si fuera capaz, estimada amiga, te abriría el pecho y me metería dentro para que nunca más volvieras a sufrir ni a hacer sufrir.

Porque cuando llegas sin avisar, cuando te acomodas en el estómago de algún joven, cuando llevas acompañando toda una vida a un anciano desahuciado por el afecto desconocido, entonces ya no eres la misma, y mientes, y engañas, y haces ver oscuro lo que de otro modo sería luminoso.

Y es que a veces, amiga mía, estás ciega y contagias tu ceguera.

Por eso, y con esto termina mi carta, me ofrezco como lazarillo tuyo, para amarte siempre, para que no ames a otros con dolor, sino con ternura, y para que nadie vuelva a sentirse solo nunca más.

Un beso con lengua y corazón y vísceras y ceniza y...

Firmado: el Tiempo

0 comentarios