El observador es inmortal, porque no ha llegado a vivir
El observador que otea desde la alta torre de su excelencia rara vez imagina el aroma del prado que custodia.
Su mirada puede ser infalible, puede proporcionarle todo tipo de datos acerca del color, forma, movimiento, etc de sus arbolitos, del número de ramas que hay cada día, su longitud y su estado de floración o envejecimiento... Pero su mirada es y será siempre ajena a la textura de los pétalos de cada flor, desconocerá en todo momento qué se esconde entre los matorrales más menudos, llegará a morir sin saber que entre tanta maleza y tanta rama caída había unas pequeñas setas que cada otoño florecían, invadiendo con su aroma húmedo y arenoso cada rincón del jardín.
El observador que jamás abandona las alturas que tanto admira y que tanta protección le ofrecen vivirá en la más absoluta soledad: aquella que se desconoce atribuyendo a las consecuencias de sus actos toda la responsabilidad, obviando que en la vida el error y el acierto bailan cogidos de las manos entorno a la misma hoguera, y que nada es más inútil que olvidarse de uno mismo mordisqueando las experiencias de los demás.
Las pipas en el cine son parte de un ritual que nos envuelve en una mentira hermosa que nos permite vivir experiencias auténticas a partir de algo virtual por lo que pagamos, aceptando unas normas previas y asumiéndolas, pero cuando salen los créditos y se encienden las luces hay que saber adónde ir, tener con quién estar o simplemente saber estar consigo mismo.
El observador que lo es en todo momento, en toda su vida, muere sin parpadear, expira sin haber respirado una sola bocanada de aire protagonizada por sí mismo.
Ese observador que incluso llega a equivocarse en sus denuncias, muchas de las cuales son anónimas, urdidas en el taimado silencio que se rompe cuando las gallinas cacarean alrededor de las mejores migajas, es un observador ineficiente, porque ni tan siquiera sabe ver lo que tiene delante.
Malinterpretar la realidad, cuando uno se ha empapado en ella y ha mordido ramas de regaliz, o ha fumado tabaco mal liado, o ha comido las manzanas ácidas y picoteadas del árbol del jardín vecino, o se ha bañado en ropa interior (o sin ella) en la playa la noche de San Juan... forma parte de lo que muchos llamamos vida, y es tan legítimo como acertar dando en el clavo.
Malinterpretarla cuando uno ha sido tan sólo un observador es pagar una entrada de cine para salir sin haber visto nada.
El observador que ama la altura, no ama: necesita saber que sigue vivo, que aún recuerda lo que es SENTIR, y tan sólo le queda un camino: buscar más altura para poder sentir, al menos, el vértigo.
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Julia -