"Cisne negro", o El mal al otro lado del espejo
Esta película es fascinante, ya la vi dos veces.
Está claro que, tratándose de un profe de música, cualquier película ambientada en un escenario (ya sea para enseñarnos el oscuro mundo del ballet, o el de la ópera, o el de la música de alto nivel en general) tenía muchas papeletas para seducirme.
Pero es que además de dar una visión tremenda de las tensiones y frustraciones que rodean a un casting, se adentra en la mente de una joven desquiciada, superada por su ambición, una joven que pronto dejará de serlo lo suficiente como para seguir en el arte al que ha dedicado su vida. Así de duro es el ballet: sacrificas tus mejores años para mantener un nivel de exigencia y, cuando te das cuenta, te están señalando la puerta de salida porque ya hay gente más joven que tú capaz de hacer tu trabajo.
Atención: a partir de aquí no sigas leyendo el artículo si no viste la película y tienes pensado hacerlo.
"Cisne negro" es una historia de amor, de desencanto, de frustración. Pero también es una historia de locura.
Lo curioso es que la locura es altamente contagiosa. Nina, la protagonista (una fantástica Natalie Portman que se llevó varios premios por la que será probablemente una de las mejores interpretaciones del año), nos secuestra desde el principio, y nos engaña a la vez que se engaña a sí misma.
Nina, el cisne blanco
Necesita abandonar temporalmente la pureza y delicadeza que le son inherentes para contagiarse de la vitalidad y lujuria de un personaje que, de entrada, le es ajeno.
Ella es la bailarina perfecta para dar vida a Odette, la princesa convertida en cisne, pero a la hora de interpretar a su hermana gemela (en otras versiones de la historia el cisne negro, Odille, era realmente la hija del malvado hechicero, transformada en un doble de la princesa para engañar al príncipe y casarse con él suplantando a la auténtica) el personaje le queda grande.
Para ella el ballet es un ejercicio de contención, de autocontrol, de disciplina férrea: cuando baila se ajusta el corsé de las normas y toda emoción queda reducido a la insana búsqueda de la perfección visual. No puede dejar ningún cabo suelto, cada movimiento ha de ser perfecto y controlado.
Lily, el cisne negro
Otra bailarina que aparece en el casting y que no es tan buena como ella, pero sí ideal para el cisne negro, es Lily. Una joven que vive la vida, que disfruta de lo que hace y que no se controla casi nada: al menos lo justo para cumplir con su trabajo pero sin ninguna renuncia.
Los espejos: pequeñas pistas que delatan su locura
A lo largo de la película veremos muchos espejos. De hecho, creo que no hay una sola escena en la que no se juegue con ellos.
Dejando al margen toda la simbología que rodea a estos objetos (el reflejo narcisista ante el que nos engañamos para ocultar lo malo y subrayar lo bueno; la otra cara de la realidad, aparentemente al revés; el interlocutor insobornable que tortura cada día a miles de mujeres castigadas con el paso del tiempo y que, al igual que la Malvada reina del cuento, harían lo indecible por mantener un reflejo hermoso), quiero centrarme en el modo en que los espejos dejan ver al espectador el cisne negro que se esconde en el blanco.
Cuando Nina se queda sola ensayando y se van las luces, su reflejo no la obedece, no hace lo mismo que ella. ¿Por qué? Quizá porque es aquella parte de sí misma que se siente libre por fin, que busca la liberación a través de pequeñas rebeldías.
Cuando Nina está en el autobús y un hombre se queda mirando para ella con cara de obseso sexual, llegando incluso a masturbarse delante de ella, vemos claramente que en el reflejo de las ventanas el hombre no está haciendo nada.
Cuando Nina está en su casa con su madre, un mueble con cuatro espejos crea una maravillosa imagen caleidoscópica en la que ambas ocupan cuatro espacios diferentes en el salón.
Y así muchos más ejemplos. El espejo muestra lo real, frente a la percepción errónea que la protagonista nos ofrece a los espectadores.
La obsesión por el reemplazo generacional
La sombra de Beth, una bailarina espectacular recién retirada (muy a su pesar), engullirá a Nina, que la admira y aspira a ser una copia suya: le roba sus pendientes, su barra de labios, su abrecartas... incluso utilizará su camerino para cambiarse.
La madre de Nina, Erika, es también una bailarina retirada, y supone para la joven una marca temporal agobiante, ya que cada día le recuerda lo fugitiva que es la vida, lo pronto que la reemplazarán, y lo mucho que debe crecer su ambición si quiere triunfar allí donde ella no llegó.
Es una mujer controladora, asfixiante, que está encima de su hija hasta que ella se rebela contra su madre, harta de sentirse como una niña dominada por una madre obsesionada con su pequeña (de hecho, su madre está toda la película dibujando cuadros de su hija, llorando en su cuarto de trabajos).
La liberación: transformación del cisne blanco en cisne negro
Thomas Leroy es el maestro que selecciona a las bailarinas para el ballet, y es quien sustituye a Beth por Nina. En la imaginación de Nina, Thomas quiere reemplazarla a ella por Lily. En la realidad no es cierto, pero ese temor le dará alas para transformarse en Odille, el cisne negro.
Lily ayudará a Nina a salir de su cárcel, pero en su viaje de salida será parte de la obsesión, ya que Nina envidia la naturalidad y ligereza de sus movimientos en la danza, y llegará a tener una experiencia lésbica con ella en una ensoñación: realmente se acuesta con un tal Tom, al que acababa de conocer una noche de borrachera y drogas, pero en su mente era Lily quien se acostaba con ella.
Es la manera de fundir a ambos cisnes en uno solo: un viaje iniciático en busca del placer corporal, tantos años enterrado entre medias, tutús y duras tardes de ensayo.
Y como siempre en estos casos, el aprendiz supera al maestro, y Nina se pierde. Al no controlar sus emociones una vez liberadas, se obsesiona tanto con el temor a la suplantación que acaba destruyéndose a así misma en un acto de locura hedonista: parece alcanzar el éxtasis durante la representación del papel del cisne negro, justo después de haber matado con unos cristales en su camerino a la única persona que podía suplantarla, Lily. Realmente, como se verá al final de la película, el cristal se lo clavó a sí misma, asesinando definitivamente al cisne blanco y muriendo al terminar el ballet, del mismo modo que muere su personaje.
Un apoteósico final, una vida que alcanza tan sólo su sentido último en el momento en que los focos alumbran y el público corea su nombre, pero realmente es la historia de muchas vidas huecas, deshaciéndose entre horas y horas de ensayo, pruebas de selección, tensión, una vida de sacrificios y la revelación de que el arte requiere sangre, mucha sangre, para alcanzar la excelencia. Una excelencia tan sublime como efímera.
El espejo encarcela al cisne negro mientras el autocontrol extremo impone al blanco en su trono de marfil, tutú y música. Pero en cuanto el miedo se apodera del ganador, la jaula se abre, el espejo se rompe y el mal sale aleteando.
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