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En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado

Llueve en Albarellos, nuevo poema

Llueve en Albarellos, nuevo poema

El cacareo de cascabeles suicidas
que aterrizan y se rompen
y estallan
sobre los tejados de las viejas
casas,
curioso almendrado urbanístico,
garrapiñada maquillada con granito
y onzas pétreas
adoquinando el rústico suelo,
me recuerda que no estoy
aislado,
me recuerda que hoy es domingo,
el día más largo de la semana,
la tontería más grande del mundo
después de la noche más aprovechada.

El redoble acuático
que escupe sobre el progreso,
absurda idea propia del ego humano,
está tamborileando una y otra vez,
riéndose
entre charcos, gotas y chorretones
insolentes,
de la voracidad con que transformamos
un espacio natural
en un almacén
de fincas,
casas,
algún que otro animal
y casi ninguna persona.

La tremenda vomitona con que hoy
el cielo se burla de nosotros,
eructando incluso con truenos
que llegan siempre tarde,
haciéndonos cortes de mangas
fugaces que pasan demasiado pronto,
es una vomitona cargadita de
desidia,
que no arrastra consigo restos
de una copiosa cena,
echada a perder tras el descontrol
del cubata siempre en mano,
sino que es una muestra
de ese estómago vacío,
habitado solamente por el eco
de una palabra que tragaste
sin haberla dicho aún,
un aborto natural,
doloroso más incluso que el parto
menos esperado,
testimonio mudo
que un sordo escucha a solas.

El rebaño de gotas agotadas
se aleja tímidamente,
tras haber roído
cada esquina,
cada casa,
cada coche,
cada chimenea,
y se aleja satisfecho
porque sabe que hoy ha avanzado un poco más,
que ya necesita una tormenta menos,
para vencer su noble guerra...

Ese ejército de lluvia se aleja,
dejando tras sus huellas
la bobalicona campana de la iglesia
cacareando,
alardeando de haber vencido hoy la batalla,
feliz en su santurrona tumba,
rodeada de tumbas,
recibiendo cada día a muchos fieles
que, sin saberlo en muchos casos, ganan puntos
cada día
para entrar antes en la caja
aún vacía
donde se deshace lo único cierto en esta vida...

Casi no se oyen sus aplausos,
pues la lluvia enloquecida trama algo
y nos confunde con sus cambios de argumento...
Pero sabe que Albarellos hoy se arruga,
mancha su ropa de domingo
y recibe el aplauso fervoroso
de los charcos que nos caen encima cada día.
El cielo escurre nubes como trapos
y muchos de nosotros
abrimos la boca mirando arriba
y creyendo que somos sofisticados.

Siguen ahí,
no os confiéis,
cae más agua.
Llueve.
Llueve en Albarellos.

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