ROMANCE DE LA DAMA AUSENTE
Un rosario de cien cuentas
degollaba a la invitada,
describía en su figura
un algo, un halo, una coartada,
nadie la hubiera llamado,
nadie sabía su camada,
seca y alta, un ciprés,
observaba anonadada
los rigores invernales
con que algunas tiritaban,
las miradas escondidas
con que a ella la perfilaban.
Un rosario con cincuenta
negras cuentas, otras blancas
asomaba por su escote
-¡qué imprudencia¡- mala baba,
todas brillan chispeantes
mientras caen horas contadas,
el evento pasa presto
no hay furor, hay sólo calma,
su sombrero tapa el rostro
pero asoma su mirada
bajo el tul de negra noche
que hunde en fango a la milana,
boca prieta, no hay aliento,
sólo el viento la acompaña
agitando un poco el velo
asomando la guadaña.
Un rosario con cien cuentas
traquetea una balada,
reunidos, todos lloran,
cae la oscuridad templada,
besa sus manos con dudas
y los arrastra a sus casas,
nadie espera una respuesta
sólo hay caja, tierra, nada,
y la noche donde brilla
una luna ensimismada
que no osa a toserle
a la eterna solitaria
mientras coge entre sus dedos
otra cuenta, no oye nada.
Un rosario con cien cuentas,
una dama oscura en ascuas,
una niña que vigila
escondida tras las ramas
del ciprés donde sus padres
la encontraron hace nada,
una niña que no llora
aunque sola vaga y anda,
Mira lejos, ya no hay gente,
se le acerca a aquella dama
misteriosa en el entierro
absurdo donde se brama,
donde llora hasta el borracho
que no entiende lo que ama,
donde caen otoños secos
entre roja hojarasca,
donde ata su pena al cielo
el que tan sólo quiere pasta,
un entierro con dos padres
que no volverán a casa
porque su hija, la pequeña,
se perdió en aquella plaza,
porque un día descubrieron
que el amor no siempre salva,
porque juntos entendieron
que la muerte siempre llama.
Un rosario con cuarenta y
nueve cuentas aún muy blancas
brilla triste entre las puertas
donde se oxida el mañana,
una verja muy oscura
donde asoman almas cándidas,
cementerio de menores
donde el llanto no se apaga,
donde beben unicornios
y se ríen poco las hadas,
donde se pasea la muerte
elegante, una dama
bien vestida, respirando
versos viejos en la lama.
Cae la noche, caen los párpados,
sólo se oye en lontananza
a aquel triste y fiero cuervo
que en las sombras la desahucia.
Una cuenta, una vida,
vaya un trato, ¡qué patada!
Otra cuenta, otra niña,
que en la noche sola vaga.
Va buscando al triste cuervo
por tocar su pluma esclava
de una noche que no duerme,
de una vida que no acaba,
y al oído, muy bajito,
dice juegos de palabras.
En su ciénaga tranquila
aún redoblan las campanas,
un romance, una historia,
una vida transatlántica,
cae la noche, cuentas hechas
sólo queda una palabra:
FIN
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