"Come as you are": segundo relato del año
COME AS YOU ARE
Esta canción es la leche, ¿te acuerdas? Solíamos escucharla todas las tardes en el autobús al volver de la playa. Desde que estamos juntos, desde que llegaste a mi vida, las cosas son como dice esta canción: nada importa, siempre estaremos juntos. Siempre.
Se acerca el final del tema y le vuelvo a dar a rebobinar, no sea que se apague la batería y no podamos escucharla otra vez. Como Sísifo empujando la piedra hacia lo alto del barranco, parece que el cabrón de Cobain quiera terminarla para meterse otro porro, pero yo soy más fuerte y le obligo a volver a empezar. Una y otra vez.
La guantera está hecha un asco. Debería ser más cuidadosa con el cohe, la mugre se acumula por todas partes y acaba desnaturalizándolo todo. "Come as you are", qué recuerdos. Sé tú mismo.
Que no te digan lo que debes hacer con tu vida. Ya ves lo que pasó conmigo: que si estudia más, que si entrena al fútbol con tus compañeras de clase, que si prueba ahora con el ballet, que si no haces nada al derecho, que si vete de casa mientras no encuentres algo de provecho que hacer...
Tú lo harás todo bien desde el principio, ¿a que sí? Con una imbécil por hogar es suficiente.
Me estiro reclinando el asiento del conductor de este Peugeot 206. Aunque sea pequeño, a mí me gusta. Es estupendo para aparcarlo, cabe en todas partes, y normalmente le gusta a todo el mundo por su perfil poco marcado y sus curvas amables. Es alto y tiene bastante visibilidad. El volante es de tacto cómodo y el tic-tac del intermitente suena muy agudo, te levanta la moral hasta en el día de los análisis de sangre. Su limpiaparabrisas, que ya eran horas de cambiarlo pues mancha más que limpia, está genial para sorprender a algún amigo despistado que pase cerca y salpicarlo al pasar. No sé, es una buena opción para vivir en la ciudad. La palanca de cambios tiene una marcha atrás difícil de meter, pero la primera y la segunda van como el remo de la piragua recién metido en un agua tranquila.
Vuelve a terminar la canción y me toco la barriga. Tengo hambre. Cierto nerviosismo se apodera de mí cuando, por el retrovisor, veo que se abre la puerta del garaje. Una luz nueva entra en el recinto y un macabro juego de sombras chinescas tiene lugar: las columnas parecen estar jugando al escondite inglés, pero todas están contando… Espero callada, me acurruco un poco y espero. Me acelero un poco, pero el peligro pasa rápidamente. Un sonido metálico que se me hace triunfal sentencia que quien quiera que fuera se marchó. ..."
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