La amistad
Amistad.
Es difícil definirte,
es arriesgado aspirar a cercarte con palabras,
delimitar tu extensión,
sombrear tu perfil y decidir dónde terminas y dónde comienza lo otro,
lo que tú no eres.
Torpes letras,
complejísima emoción...
No intentaré diseccionar tu cuerpo con el bisturí del diccionario,
no me atreveré a bautizar a nada con tu nombre,
pero permíteme
(permítemelo)
poner algún ejemplo de lo que claramente eres.
Esto eres,
tú, que te disfrazas con mil caretas y sonríes a los viandantes,
tú, que aprietas el pecho con súbito entusiasmo
en momentos muy intensos,
secuestrando alguna que otra lágrima,
humillando la mejilla,
moqueando a escondidas,
enmudeciendo la conversación,
estrangulando sin corbata
o empapando en llanto inconsolable las preguntas más absurdas
y dolorosas,
los terribles porqués de esta existencia humana,
que a veces, no obstante, llega a ser tan maravillosa.
Cómo plantearse en términos verbales
la existencia de algo que nos es tan íntimo,
tan propio,
tan necesario,
como tú,
Amistad.
Una fuerza que nos hace mover montañas,
subir a un ascensor muerto de miedo,
beber una copa de menos
o tres de más,
una energía que arrastra nuestras vísceras por el suelo mal empedrado
de esta vida,
y nos llena de cristales y metralla el vientre.
Esa inmensa ola de energía que tú eres,
amistad,
es capaz de colgar de las aspas de un ventilador
los intestinos de lo racional,
llenando las paredes de preguntas
y respuestas
y quizases,
remoloneando en el cómodo sofá de la procrastinación.
Tú, que desconoces el sabor de lo sencillo,
que ignoras totalmente cómo se siente entre las sábanas de la rutina,
que desprecias profundamente la convencionalidad
y la atacas desde sus raíces más rabiosas,
eres en verdad todo aquello que podemos necesitar
para burlar a la muerte
y justificar nuestra existencia:
si de algo se puede arrepentir un moribundo
es de no haber sabido tener ningún amigo de verdad,
porque cuando se llega a esa terrorífica revelación
no queda salvación
ni extrema unción
ni nada.
Se va uno de la nada a la nada.
En mi mente,
al hilo de estas ideas,
una fotografía que no podría recordar sin emocionada voz,
un ejemplo gráfico de lo que realmente es la amistad:
un grupo de hombretones disfrazados de esquimal
deteniendo el tráfico a las cuatro y pico de la tarde
en una concurrida avenida,
a la puerta de tu casa,
y tú asomado a la ventana junto a Avelina
observándonos a todos ahí abajo,
contigo, tan cerca realmente,
con una carroza con forma de iglú
y pancartas recordando que aún estás
(y estarás aquí antes de lo que piensas, amigo)
con nosotros.
Porque aunque quizá te falten las fuerzas
para tirar de la carroza,
y aunque tu voz apenas asome por el filo de tu mentón,
y aunque aquel desagradable percance te haya sumido
en cierta insoportable desesperación,
eres tan fuerte,
tan grande,
tan importante para todos nosotros,
que realmente ningún otro pasó tanto tiempo en ese iglú
como tú,
ni en nuestras mentes,
Juan,
tú, que eres un amigo tan entrañable,
tú, que con tu humor sagaz siempre alegras la vida de todos,
tú, que llevas mejor que nadie las cuentas
y pagas por adelantado, con generosidad,
tú, que aunque no desfilaras con nosotros
fuiste nombrado, visto, recordado
por todo aquel que viera nuestro iglú.
Amistad,
palabra ambiciosa e ineficiente al mismo tiempo,
idea tan humana que no hay dos que la vean igual,
Entroido,
o el tiempo que cabe en un beso,
o los besos que no se han dado aún por falta de tiempo,
o los dados de hielo que besan el vaso
que beso antes y después de cada nuevo beso.
Somos tiempo,
si olvidamos lo que somos
dejamos de ser,
si olvidamos a quienes son tanto para nosotros
perdemos algo esencial en nuestra vida...
Y aunque en el Entroido las máscaras asfalten rostros,
bajo cada careta debe haber,
siempre,
una voz que nombre a alguien,
unos ojos que nunca dejen de verse
y una boca que desee.
Somos deseo,
somos tiempo,
te necesitamos,
Amistad.
(poema dedicado con especial afecto a Juan, para que se mejore y pronto vuelva con nosotros; también se lo dedico a Avelina, mujer luchadora como ninguna, y a todos los amigos de la carroza del Puti-glu, que tanto nos divertimos a la vez que homenajeábamos a nuestro amigo; ¡que viva el Entroido!)
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