Blogia
En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado

"La última cucharada de rock", nuevo relato

"La última cucharada de rock", nuevo relato

Sentada en un sofá, con los bolsillos casi tan vacíos como el álbum familiar, acurrucando las piernas entre ese candado inútil que era su abrazo desesperado, oía aún los últimos acordes de aquella canción.
Con la cara ladeada, buscando algún rastro de sentido en su vida, agitaba tercamente la cabeza, mordía con fuerza su labio inferior y pensaba. Pensaba en silencio. Sola.
Agarró con resignación una cuchara, se asomó al espejo cóncavo de su instrumento favorito y se sumergió en él. Como Alicisa en el País de las maravillas, pero sola. Sola.
Pudo reencontrarse con su familia, con sus recuerdos infantiles y artificialmente risueños. Pudo volver a besar a aquel novio tan rebelde y tan incauto. Pudo hacerle el amor otra vez a aquella amiga tan especial, dueña de sus fantasías más profundas. Pudo revivir el dolor, el rechazo y la soledad, pero tarareando otro tema se disiparon las formas oscuras y tan sólo quedó el tacto inolvidable de aquellos senos, manzanas expulsadas del Edén de lo corriente, puertas abiertas al éxtasis enloquecedor de sus caderas.
Movió la cuchara y observó atentamente el otro lado, pero rápidamente la giró, pues se vio a sí misma, sola, triste, joven y desahuciada, resoplando en la resaca del éxito misterioso que la apresaba en su cárcel de diamantes.
Siguió buceando entre los destellos de esa bóveda, ahora ensombrecida por el dolor de la verdad que escupía encima de nuestros sueños. Sintió un ligero abatimiento que la vació, su pecho le apretaba tanto que se vio a sí misma en los laberínticos arrecifes de su alma, aguantando la respiración, intentando huir de sí misma, gato empapado mar adentro.
Su cabeza era un avispero donde las promesas, ilusiones y alegrías morían a mordiscos, despedazadas, ante la plaga de luz y de sombras que la horadaban.
Su corazón se aceleraba como el carro que caía ladera abajo, sin control, hacia el abismo donde caían los desperdicios para ser triturados y olvidados para siempre. Como ella, siempre sola. Rodeada de focos y paz y amor y promesas de un futuro dichoso, rodeada por una alambrada donde se entretejían la admiración ante el genio inalcanzable y el temor (pánico) a no ser amado. En esa red morían ahorcados los delfines que surcaban el mar indómito de su música; los halcones que intentaban posarse en sus hombros morían con sus alas rotas, retorcidas, aniquiladas, entre las púas y garfios que la hacían intocable pero seductora.
Su corazón estalló en un absurdo frenesí: el irónico final de quien bombeaba demasiada sangre porque su corazón no era siempre un volcán activo.
Amaneció un día de luto para el rock, para el amor y la paz, para la imposible realidad con que soñaron generaciones.
Amaneció una nueva era, un mundo sin ella. Era un error. Una existencia sin barnizar nuestros oídos otra vez con su voz inigualable cada día era la mayor de las pérdidas.
Su desgarro pudo con ella. Su amor hueco sin respuesta no aguantó más.
La muerte se llevó su voz para que la vida no fuera perfecta, para que los cuervos y los condenados también se sintieran vivos.
Nos dejó porque en aquella cuchara no supo amarse lo suficiente para seguir luchando. No pudo entender lo necesaria que era, y es.
En el suelo de su habitación, junto a su cadáver aún sentado en el sofá, se tambaleaba macabramente la cuchara en que quemó su última dosis. Ahí quedó grabada su última sonrisa. Ahí se sirvió la última cucharada de rock.
Hasta siempre, Janis

1 comentario

Breo -

Muy buen relato David, el otro lado de las grandes leyendas, el lado humano, pocos saben expresarlo así. Un abrazo. Forever Janis.