UN SECRETO, nuevo poema
Dímelo
Dímelo ahora o calla para siempre.
No dejes que las horas echen tierra
sobre mi cadáver,
un fiambre aún latiente,
cálido,
un cuerpo en el que los gusanos
de la desesperación
aún no han hincado el diente.
Dímelo
de una vez.
No sigas callando.
Termina con esta farsa.
Tus ojos saben que quieres decirlo,
tus pasos saben que puedes querer decirlo,
mis manos saben que tus pasos lo dicen,
por tanto: dilo ya.
¿A qué esperas?
Nunca te serán tan lastimeras
las palabras de otra amante,
nunca una voz humana podrá rozar con tanto ahínco
las entrañas del Averno.
Dímelo,
al menos una vez,
al menos al oído,
nadie más sabrá que lo has hecho,
será nuestro secreto,
dilo,
por favor,
¿un llanto como el mío no es pago suficiente?
¿Así me pagas tanto esfuerzo?
¿Así tantas horas de desdicha?
¿Tan ingrato puede mostrarse
el que yo consideraba un corazón sincero,
puro, limpio?
¿Eres capaz de seguir sin darme una sola palabra?
¿Y sigues creyendo que yo te seguiré?
Si no me miras,
si no te giras para dejarme hallar en tus ojos
una excusa para no detener mis pasos,
si no me das una razón para seguir
amándote,
si no me dices cuál es tu secreto,
si no me explicas qué condiciones te puso ella,
si no me regalas el cincel de tu lengua
y no tallas un poco mi alma
acariciando mis oídos
con el aire que masticas,
si no me soplas junto a la oreja
unas sílabas untadas en ambrosía,
si no me llenas con tu lengua
ni con tus versos
ni con tu canto...
Entonces,
yo te maldigo,
te maldigo aquí y ahora,
te juro mi odio eterno y te destierro de mi alma.
El ostracismo donde esperan los condenados,
la diáspora que habitan los exiliados de su patria,
los castigos del divino Zeus, eternos e inexorables,
esos serán a partir de ahora tus hogares.
Que el llanto que mañana
aquí te aguarda
sea para siempre
compañero de tus pasos;
que el grillo que apresa
sueños
encadenando sus pies
a los de los otros presos
cacaree al amanecer,
y
junto a mi putrefacción
se pegue a tu hermosa lira
por siempre
jamás.
Ya que no me hablas,
déjame morir tranquila;
ya que no me miras,
vete a aquel mundo
en el que pudimos ser felices.
Ya que así me ignoras,
Orfeo,
dime al menos
adiós.
(fragmento de la ODA DESESPERADA, en la que Eurídice se enfada con Orfeo ante su negativa a hablar con ella o dirigirle una sola mirada, en el proceso de ascender de los Infiernos. Justo después, él se gira - incumpliendo el mandato de Hades y Perséfone, y ella regresa al mundo de los muertos para siempre)
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Manolo Puxeiros -