Blogia
En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado

Mis escritos

Las manos dormidas, nuevo poema

Las manos dormidas, nuevo poema

 

Las manos dormidas

 

Desde hacía mucho tiempo nadie se había atrevido a llamar la atención en aquel lugar.

 

Pero no era por miedo o cobardía. Era más una cuestión de sencillez, de timidez, de no querer sobresalir por encima del perfil del grupo.

 

Era un grupo bien avenido: se habían ido reuniendo poco a poco,

con el paso de los años,

y se habían ido acostumbrando a convivir pacíficamente.

 

Al principio hubo un período de indecisión, pues no tardaron en aparecer las primeras diferencias de opinión,

pero por una u otra razón

todo se fue asentando.

Los que estaban en más desacuerdo acababan marchándose de allí,

lo cual era muy de agradecer para el bien común,

que es el menos común de los bienes,

y poco a poco fueron cerrando su amplitud de miras.

 

Casi sin darse cuenta fueron reduciendo sus libertades,

fueron coartando a todo aquel que se saliera de lo esperado,

y la libertad dejó paso a la “normalidad”,

un extraño estado de ánimo entre la indiferencia y el desencanto,

ya que nada nuevo es bien recibido, y todo lo que se vaya a hacer será minuciosamente comparado con lo que ya se ha hecho antes.

 

Esta “normalidad” proporcionaba muchísima tranquilidad a los que más tiempo llevaban en aquel lugar,

y casi sin darse cuenta (otra vez)

entre unos y otros fueron construyendo jaulas sin garrotes.

 

Eran jaulas muy especiales, porque desde fuera parecían magníficas mansiones,

lujosas casas, exclusivos clubs para gente mejor que los demás,

pero una vez dentro la salida era muy estrecha, tenía demasiadas espinas y siempre que algún valiente o loco se empeñaba en salir

terminaba consiguiéndolo, pagando un caro precio,

y con las ropas rasgadas y el alma destrozada,

sumido en un estado de confusión difícilmente soportable,

por lo que al final no tardaban en regresar,

y aunque ya estaban estigmatizados socialmente,

era preferible un hijo pródigo que un Mowgli echado a perder.

 

Poco a poco, desde su mundo de piruleta y gominolas,

veían por la televisión y en los otros medios cómo el resto del mundo funcionaba a marchas forzadas,

cómo el dolor y la miseria presidían tantos hogares al mediodía y a la cena y al salir el sol

y así cada día,

todos,

sin excepción.

 

Ellos al menos tenían el psicólogo, el fin de semana, las charlas por chat, podían escapar a sus presiones,

pero los pobrecitos miserables que protagonizaban cada día esa serie de éxito llamada “telediario”

no tenían opción.

 

Ante esas injusticias, inevitablemente, los corazones reaccionaban,

todos tenían entrañas,

todos tenían hijos, padres, familiares,

todos se habían enamorado en algún momento

(aunque muchos de ellos no lo recuerden ahora,

al menos no con su pareja oficial),

y ese hormigueo incesante que penetra en nuestro estómago

es el peor sistema de alarma: sólo lo escuchamos nosotros,

y aunque sabemos cómo lograr que se apague,

los demás no lo escuchan, no lo entienden,

y por no pararse a dar cien mil explicaciones

es mejor aguantar con la boca cerrada

y mirar para otro lado,

o escuchar música.

 

Ellos habían preparado un sistema para luchar contra la mala conciencia.

Era un sofisticado método que habían inventado ante la amargura que produce abandonar el propio bienestar para ayudar a causas imposibles.

 

Los primeros individuos: los APOLÍTICOS.

Todos pensaban en aquel lugar, no todos estaban de acuerdo con lo que veían, pero muchos se habían sabido vendar los ojos,

ya fuera con la sucia venda de la autocompasión

que nos arrastra a descuidar el sufrimiento ajeno pensando en que aún no hicimos la compra para mañana

o recordando aquel golpe del destino

en nuestro pasado lejano.

 

Los segundos individuos: los BOHEMIOS.

Los que no estaban vendados y veían, pero no soportaban el dolor de lo que manchaba sus pupilas, optaban por ponerse los cascos y disfrutar con buena música, con palabras acarameladas que se deslizasen por sus oídos y emborrachasen su corazón,

pudiendo soportar así la carga moral

evitada a toda costa.

Se producía así un violento contraste entre la realidad gris y cruel que veían y la dócil comodidad que embriagaba sus sentidos.

 

Los terceros: los INDECISOS.

Había un tercer grupo, lo suficientemente concienciado como para resistirse al bálsamo de la venda o a la anestesia de la sordera

que aceptaban estoicamente recibir toda esa información:

veían, y sufrían con esas imágenes;

escuchaban, y el escozor de los lamentos, gritos e injurias se repetía una y otra vez en su interior como un aullido en la caverna donde muere el lobo, antes de tiempo.

Su padecimiento se hacía aún mayor al tener en cuenta que toda esa furia, todo ese veneno que absorbían, no salía nunca a la superficie, ya que tenían sellada su única vía de escape:

la conversación.

Estaban mudos, no querían que otros cargaran con sus pesares,

pero no tenían el valor suficiente como para encontrar una solución por sí mismos, y así,

calladitos, explotaban unos tras otros sin haber compartido nunca su miseria.

 

De esta manera, ciegos unos, sordos otros, mudos los demás

esperaban con anhelo que llegase alguien capaz de arreglar las cosas.

 

Pero resulta curioso que todos tenían la solución en sus manos,

todos,

no sabían cómo, pero podrían haber hecho algo.

Deberían haber hecho algo.

 

Esas manos que tapaban los ojos,

privándolos de la verdad infame del exterior,

pero privándola también a ella de una ayuda imprescindible,

eran manos cómplices de la infamia.

 

Esas manos que con tanto cuidado cegaban las orejas,

hiriéndolas incluso a través de tanta presión,

percibiendo con sus ojos que las cosas no iban del todo bien,

o reordenando la frase

que las cosas iban totalmente mal,

hacían más llano el camino a la miseria.

 

Esas odiosas manos que amordazaban la boca,

convirtiendo a las personas en ollas a presión

a punto de estallar,

eran también asesinas de inocentes,

eran silenciadoras de los dramas,

eran partícipes de la tragedia.

 

 

 

Esas manos tenían la solución, porque la misma mano que aplaude el espectáculo que acaricia tu alma,

la misma mano que dibuja letras en la piel querida,

la misma mano que es palma de palmera

en el verano caribeño,

y que es visera en las calles ardientes de agosto al mediodía,

y es vaso de agua en la fuente azul y pétrea del pueblo,

esa misma mano que palmea la vida que empieza

y da una lección de alfarería modelando la arcilla,

esa mano es también un puño dormido,

esa mano que aleja al ciudadano de su derecho a protestar cuando le tapa los ojos o la boca o los oídos

es una mano traidora,

es un puño dormido entre claveles y amapolas y espaguetis y mandos de televisión,

porque el dragón que duerme en la caverna sigue siendo un dragón,

por eso las manos deben estar siempre vivas,

atentas,

y cuando una mano pasa la página de un libro puede estar preparándose para la justicia,

una justicia a la que se llega muchas veces a través de la guerra,

llamémosle guerra a la confrontación de ideas,

no necesariamente llegando a las manos,

pero siempre naciendo en ellas,

porque la mano también escribe,

la mano acaricia el alma del otro cuando la lengua que habla convence,

cuando recuerda,

cuando hace ver,

cuando se hace escuchar,

cuando habla.

 

A veces la lectura es una forma de rebeldía y de lucha sin cuartel.

Porque nada ciega o enmudece o ensordece a alguien que ha leído verdades necesarias,

Nada aleja al ser humano de la verdad cuando esta ha penetrado en su alma.

Nunca.

 

Leer es poder.

La mano que pasa la página de un buen libro

abre las ventanas de ese mundo que tanto nos necesita.

La mano muerta, dormida,

en que  tan sólo anidan sortijas

es una grieta más

que nos acerca al abismo insalvable

de la autodestrucción

 

Lee, ahora que el mundo te necesita,

lee, siempre que puedas,

mantén tus ojos abiertos,

mantén tus oídos alerta,

mantén tus palabras vivas,

dispuestas a volar,

a compartir con otros lo que hayas visto u oído.

 

Lee.

Carta a la señorita Soledad, nuevo texto

Carta a la señorita Soledad, nuevo texto

 

“A la atención de la señorita Soledad”

 

Estimada señorita Soledad

 

Sepa usted que quien la ha conocido a fondo desea reencontrarse con usted de vez en cuando, ya que quien la ha conocido a fondo ha besado sus ojos y ha sorbido sus lágrimas, tragando la sal que hace eterna su sed de afecto.

Quien la ha conocido realmente, de esa manera en que se reconoce uno mismo en el otro, comprendiendo su dolor o su espanto con la certeza con que una madre sufre al ver cómo otra madre entierra a un hijo, quien la ha conocido (digo) no teme sus abrazos, señorita Soledad, no teme su llegada fría e inesperada un día cualquiera, porque uno sabe invitarla a bailar un vals y no llorar al sonar el último compás.

Cuando uno sabe quién es usted y no se presta a engaños con la apariencia o el mal hacer de otros incautos que la saludan cruzando los dedos en el bolsillo mezquino donde se junta el puño y el pañuelo de tela con mocos de hace años, entonces uno la rodea con sus dedos y pide otra canción a su lado, porque bailar con la señorita Soledad es lo mismo que vomitarse a sí mismo, sacar afuera un doble y entender en sus ojos que la partida nunca estuvo perdida.

Cuando uno la ha invitado a cenar, ha compartido la muerte de la noche y ha asistido al aborto de un nuevo día que sólo lo será a medias, uno desea tenerla cerca otra vez, Soledad irreverente, necesaria, deseada y odiada.

Cuando uno la ha amado lo suficiente, reúne el valor para dejar de tratarla de "usted” y darle un buen tirón de orejas.

¿Que por qué? Pues porque cuando uno no te ha sabido comprender, hermosa pero cruel Soledad, uno se ha visto a sí mismo en busca de un eco que nunca llega, sofocado por perseguir un autobús perdido por muy poco y que se aleja burlonamente hasta que lo engulle el horizonte.

Cuando uno ha tonteado contigo y se ha metido un poco de todo para sentirse mejor, fuera de sí, intentando huir de su propia piel, de su nombre, de su apellido, de su profesión, de su familia... y al final ha encontrado la evidencia inexorable y terca de que eso no se puede hacer, entonces uno confunde tu naturaleza liberadora con tu contumacia.

Porque, y esto debes recordarlo siempre, tu presencia absorbe a tu huésped, Soledad, tu abrazo pérfido y maravilloso convierte en solitarios a los incautos, tu beso mágico se pirograba en la frente de quien te ha probado varias veces y ahuyenta a los gregarios, incapaces de comprender el valor de la independencia conquistada cada día, nunca dada por supuesta (pues de ese modo es cuando se pierde irremediablemente).

A veces visitas a personas que no tienen práctica en la lidia de emociones, y les haces sentir desafortunadas, incomprendidas, abandonadas a su suerte.

Es por eso, querida Soledad, que me encantaría que cambiaras tu vestido de deshollinadora de chimeneas ajenas, pedigüeña fétida que se aísla en la acera de enfrente, sicaria de la Envidia que corroe a la fea, invitada al bautizo del millonésimo hijo de la Mezquindad y el Dinero... me encantaría que cambiaras ese vestido y te pusieras el peto vaquero lleno de manchas de pintura, con los bolsillos rotos y las suelas de los zapatos desgastadas por haber jugado demasiado en el parque.

Te regalaría un pasado mejor, lleno de risas y misteriosas historias compartidas con amigos.

Querida Soledad, si pudiera, te regalaría un álbum de fotos con fiestas de cumpleaños, con sorpresas atrapadas bajo el flash que pintarrajea de rojo tus pupilas magníficas.

Si fuera capaz, estimada amiga, te abriría el pecho y me metería dentro para que nunca más volvieras a sufrir ni a hacer sufrir.

Porque cuando llegas sin avisar, cuando te acomodas en el estómago de algún joven, cuando llevas acompañando toda una vida a un anciano desahuciado por el afecto desconocido, entonces ya no eres la misma, y mientes, y engañas, y haces ver oscuro lo que de otro modo sería luminoso.

Y es que a veces, amiga mía, estás ciega y contagias tu ceguera.

Por eso, y con esto termina mi carta, me ofrezco como lazarillo tuyo, para amarte siempre, para que no ames a otros con dolor, sino con ternura, y para que nadie vuelva a sentirse solo nunca más.

Un beso con lengua y corazón y vísceras y ceniza y...

Firmado: el Tiempo

"ÚnDosTres", nuevo poema

"ÚnDosTres", nuevo poema

 

ÚnDosTres

 

Esa efímera esdrújula

asoma con vértigo,

aprieta los dientes

o grita, qué estrépito,

escucha latente

la mala noticia,

se muerde las uñas,

no gime, no grita,

tan sólo levita

guardando palabras,

saladas baladas,

un vals de almas cándidas,

trémula

agota

la espera tremenda,

efímera esdrújula,

austera lechuza,

gotita latente,

rocío perlado,

valiente unas veces,

señal de fracaso

si cae ante el fiero

que busca tu llanto,

hermana quimérica

de altas limosnas,

amiga sincera

caliente a altas horas,

murciélago hirsuto,

voraz, verdadera,

gotera que escuece,

se agita

o que tiembla,

candente,

furiosa,

falaz,

traicionera,

esquiva o prudente,

tal vez lastimera,

amarga en la cueva,

la llave del ánima,

efímera esdrújula,

sola:

una lágrima.

"Mary Poppins, de haber sido profe, se habría olvidado siempre de ir a los claustros", nuevo relato

"Mary Poppins, de haber sido profe, se habría olvidado siempre de ir a los claustros", nuevo relato

Cuando era pequeño, vi por primera vez una película que llegaría a saberme de memoria: "Mary Poppins". La fantástica historia en la que una extraña mujer, procedente de ninguna parte (vivía en las nubes), llegaba a Londres, salvaba a una familia en crisis familiar, y con la misma velocidad con que llegó se fue.

Es un cuento bonito, con el que muchos de nosotros habremos soñado mil veces.

Una historia de generosidad, entrega, abnegación, empatía, fantásticos resultados y una conducta envidiable, no exenta (eso sí) de ciertos hábitos estrafalarios, cierta heterodoxia y una independencia difícil de mantener en nuestro mundo cuando no tienes un paraguas con el que salir volando.

Al igual que Peter Pan, esta mujer tenía muchas cosas intactas de cuando era niña; al igual que el dragón Eliot, salió de la nada y volvió a ella una vez concluída su tarea; es un ser misterioso, transparente (ya que nada nos preguntamos sobre ella y su conducta, sus preocupaciones, sus sentimientos).

Es ese socorrista anónimo que salva a un bañista y desaparece tras la reanimación, dispuesto a salvar más vidas.

Si Mary Poppins existiera, y hubiera tenido la feliz idea de dedicarse a la enseñanza, estoy seguro de varias cosas: nunca habría aprobado la oposición, nunca habría realizado una programación didáctica, tendría abiertos un par de expedientes disciplinarios, sería el enemigo público número uno de todas aquellas de sus compañeras que fuesen rancias y envidiosas (características demasiado frecuentes en este gremio) pero tendría el corazón de gran parte de sus alumnos en su mano.

Porque si Mary Poppins existiera, sería un elemento tan disruptivo en este sistema tan homogeneizador, tan frío, tan empresarial y, dentro de muy poco, tan privatizado, que ningún tribunal de oposición confiaría en sus métodos a la hora de garantizar el cumplimiento del 100 por 100 de una programación. ¿Qué es una programación? En la teoría, un documento resultado de un enorme trabajo de temporalización y secuenciación de contenidos, procedimientos y actividades para garantizar un aprendizaje significativo, contemplando temas transversales además de los estrictamente curriculares, y preparando al alumnado para llegar a ser individuos críticos y formados en una sociedad democrática. A la hora de la verdad, una programación puede ser desde unas fotocopias hechas a un libro de texto por cuya selección en el departamento te ofrecen un portátil, hasta un compromiso que se cierra en escasos minutos copiando y pegando, mezclando, haciendo eso que tanto nos molesta cuando un alumno te da un trabajo copiado de la red (ya sabéis: control-C, control-V).

Si Mary Poppins existiera, ningún papel habría sido capaz de recoger sus ideas, sus actitudes, su compromiso profundo y serio con los alumnos. Porque nadie duda del compromiso de una buena madre para con sus hijos, y por eso nadie le pide antes de coger al recién nacido entre brazos "apunte aquí, en letra arial 12 con doble espaciado y siguiendo este esquema, su protocolo de actuación con el bebé. Qué hará cuando se orine, cuando llore sin saber por qué, qué hará cuando s eporte mal, cómo celebrará sus cumpleaños..." ¿A que suena absurdo? Una profesora, lógicamente, no es lo mismo que una madre, pero su nivel de compromiso a la hora de reconducir a alumnos poco orientados en su día a día, su capacidad de animar a los alumnos con más necesidades afectivas, y su capacidad de entrega más allá de condicionamientos burocráticos administrativos está por encima de todo.

Si Mary Poppins existiera, alimentaría con sus palabras en boca de otros conversaciones enfermizas, circulares, de cafetería. Sería capaz de arrojar luz sobre las miserias de tantos y tantos mediocres charlatanes sin vida propia, de esos que son tan mezquinos que no habiendo paja en el ojo ajeno y sí varias vigas en el propio alzan el brazo enloquecidos buscando justicia. Ella, Mary Poppins, habría sido capaz de dar lecciones a personas mayores que ella, a profesores de esos que lo son con todas las letras (no porque haya profesores con menos letras - profes - sino porque se encargan, día tras día, de dar un par de remiendos a su valioso título, del mismo absurdo modo que algunos niños pequeños - probablemente hijos de este tipo de padres - sufren al ver cómo las letras de sus nombres se desgastan o descosen en sus mandilones en la escuela infantil).

Si Mary Poppins existiera, no le permitirían quedarse hasta el final de la película, porque pocos son capaces de ver llegar a la meta soñada a quienes juegan con otras reglas, a quienes se burlan de la tiranía de las prohibiciones arbitrarias y al despotismo del discurso unidireccional. Pocos aguantarían hasta el final, y apagarían la tele soñando en un final triste, o incluso entrarían en la película para cambiar el argumento e interponerse entre la institutriz y los niños.

Si Mary Poppins hubiese existido alguna vez, habría sido tan despistada como para recibir llamadas de atención de la Inspección educativa, habría sido sancionada con varios expedientes disciplinarios... Pero todo eso da igual, porque a pesar de que exitan niños que funcionan muy bien y logren llegar a los objetivos de cada curso, a pesar de que haya niños que están obligados a asistir y esté claro que nunca lograrán nada en el centro, en el sistema, hay también otros niños (muchos más de los que nos pensamos, señores catedráticos, doctores y demás) que sin estar en ninguna de las dos situaciones pueden avanzar mucho, pueden obtener una formación humana y personal enormemente importante, que a veces se traduce en un suspenso, pero cuya consideración no cabe en una escala de diez números.

Ese alumno con problemas familiares, ese alumno solitario a quien nadie pregunta cómo está o qué quiere ser de mayor, esa alumna acomplejada por la razón que sea, esa alumna que tiene miedo a lo que siente porque no lo comprende y nadie le dedica un tiempo para averiguarlo, son todos casos perfectos para alguien como Mary Poppins. Casos de personas con carencias afectivas, con muchas ganas de regalar todo lo que son, y que (del mismo modo que la enorme montaña silenciosa e inhóspita) tan sólo necesitan que alguien se asome y diga "hola, qué tal estás" para producir la magia de un eco ensordecedor.

Si Mary Poppins existiera, yo tendría la certeza de haberla conocido. Más de una vez.

Y es que aunque Mary Poppins no exista, sus alumnos están desperdigados por todas partes.

Nuevo texto: "Numquam est fidelis cum potente societas"

Nuevo texto: "Numquam est fidelis cum potente societas"

De este modo comenzaba una de las primeras fábulas latinas que traduje cuando estudiaba en el instituto, y se traduce por “la alianza con el poderoso nunca es fiable”.

Me permito un breve cuento para ejemplificarlo, y que cada cual piense lo que le plazca:

 

Tres exploradores (un halcón, un pura sangre y un pegaso) descubren a la vez un gran valle. El valle resulta ser una fuente inagotable de recursos naturales, con abundante hierba, matorrales tupidos, árboles frutales llenos de alimento, un ancho río cuyo caudal saciaba la sed de prácticamente todos los que allí vivían...

Cada uno de los tres viajeros traían la misión de descubrir un nuevo lugar donde asentarse sus congéneres, ya que eran malos tiempos y la escasez azotaba sus vidas.

El halcón era realmente hábil en el cielo: su mirada alcanzaba más allá que ninguna otra, sus alas amasaban el aire y lo cincelaban con sutil maestría, describiendo cabriolas sublimes en su cerúleo escenario, pero en tierra no se defendía.

El pura sangre era un terremoto: bajo sus cascos de fuego la tierra crujía y se arrepentía, liberando nubes de polvo en señal de derrota. Pero el cielo le era completamente ajeno. Suspiraba entre relincho y relincho cada vez que observaba con recelo y envidia a aquellos malditos insectos capaces de saltar por encima de volcanes y montañas.

El pegaso, por su parte, era capaz de volar como el halcón, pero ni tenía su buena vista ni su velocidad. También era capaz de galopar, pero el pura sangre lo aventajaba en suelo firme. Por ello, era a la vez motivo de burla y de envidia para sus compañeros de debate.

¿Quién se quedaría con el valle?

El pegaso propuso la convivencia pacífica entre las tres especies. Tanto el halcón como el pura sangre, a coro, disintieron. Tres especies eran demasiadas, no cabían en ese valle. Una de las tres debería abandonar.

Propusieron un par de carreras.

El halcón propuso una carrera de vuelo, y ganó al pegaso.

El pura sangre propuso una carrera de galope, y también ganó al pegaso.

El pobre pegaso quedó descalificado doblemente, porque no tuvo la malicia de ver el ardid que le tendieron sus contrincantes, y abandonó el lugar.

Como no halló otro valle lo suficientemente frondoso como para nutrir a sus congéneres, se dejó morir en medio del desierto, y sus compañeros de especie también desaparecieron, ya que sin su mensajero de regreso se sabían extintos.

En aquel valle tan sólo quedaron halcones y caballos de pura sangre.

Cada uno realmente bueno en su terreno, pero desconocedores de lo que se respiraba en otros ámbitos.”

Fue una pena, una auténtica lástima, que no hubieran llegado a un acuerdo, ya que de haberlo hecho hoy existirían pegasos: seres capaces de hacer más de una cosa a la vez, y aunque en ninguna de las dos sean los mejores comprenden porque conocen.

En nuestro mundo, un mundo donde se valora ser el primero en algo, ser el mejor en alguna cosa, destacar por encima de los demás, no ser uno más del montón sino el crack, preferimos la especificidad, la estrechez de miras, los saberes aislados en compartimentos estancos.

 

Cuántos pegasos se dejan morir hoy día porque no llegan adonde llegan tantos halcones y caballos amargados, incapaces de entender todo lo que un pegaso (alumno) debe afrontar hoy en día. Cuán injusto se puede llegar a ser, incluso con la mejor de las intenciones, al no ser capaz de VER, de comprender, de percibir, de valorar.

 

Si además de dejarlos morir fuera de nuestro valle - donde los libros nutren almas y mentes, donde las artes (música, plástica) nutren corazones, donde los deportes fortalecen cuerpos y enseñan lecciones de cooperación (EF) - los dejamos huir de este valle - que enseña idiomas (inglés, francés, galego, castelán), que enseña el por qué del mundo (ciencias, FeQ) -, entonces los halcones (profes de letras, soñadores, voladores, artísticos...) y caballos pura sangre (profes de ciencias, con los pies en el suelo...) no tendrán a quién enseñar a volar o a galopar, y se extinguirán sin sucesión alguna.

 

No debemos permitir que el valle se pierda la duplicidad formidable que supone el pegaso, porque el pegaso es capaz de simultanear y comprender los dos niveles (cielo y suelo) sin necesidad de atarse a ninguno, y por ello se le debe dejar un sitio en este valle.

 

La alianza con el poderoso no debe hacer concesiones, no debe traicionarse a sí misma, porque aunque el saber no ocupa lugar la ignorancia sí: llena corazones, nubla miradas, emborrachas espíritus con lagunas de vacío que se ven obligados a rellenar con lo que sea (prejuicios, barcos naufragados llenos de recuerdos dolorosos y cuentas pendientes, islas desiertas y utópicas en cuya existencia no se cree, ideas falseadas pero que nos ayudan a justificarnos...). Cuanto más sepa el halcón de la vida del pura sangre, tanto más feliz será, y más fácil le será comprenderlo. Y viceversa.

 

Nunca dejemos de ser algo pegasos. El pegaso siempre puede aprender un poco más, pero no exclusivamente porque no lo sepa todo (¿quién sabe todo?), sino porque es consciente de ese charquito de ignorancia que tiene en ambos niveles.

 

Hagamos siempre alianzas entre iguales.

POEMA SOBRE LA MEZQUINDAD

POEMA SOBRE LA MEZQUINDAD

Lame sus heridas siempre abiertas

mientras presume de su vida,

tan tan dura,

pasea su indignación voraz

entre los corredores de la autocompasión.

 

Dibuja bigotes bufos en fotos de felicidad ajena

mientras repasa su lista de infortunios,

su agenda está abarrotada

de tachones,

efemérides de huecos ecos tristes

que pirograban

en su alma

enferma

injusticias imperdonables

que la hacen única.

 

Hace mucho que su corazón no late,

tan sólo resuena en él la nostalgia del nunca

mientras se agarrotan

sus manos,

tensas ante la incertidumbre

del mañana que nunca llega.

 

Perdió el olfato hace ya mucho,

por eso ignora los aromas campestres

de la sinceridad,

de una sonrisa verdadera,

de una pregunta inocente

o una respuesta

directa.

 

Teje con sumo encono

los abrigos de lana que pica para los nietos que nunca tendrá;

se promete a sí misma serse fiel,

tanto como nunca nadie lo fue,

pero el fango en sus zapatos

delata el arrepentimiento que la sume.

 

Ciega, como la ira del recién huérfano

o la clemencia del azar,

no ve ante sí los destellos

indescriptibles

que pueden surgir de cada charco,

de cada guisante,

de cada mirada.

Tan sólo tiene ojos para su obsesiva

sed de justicia,

una justicia

capaz de hacer tan infeliz a los demás

como lo es ella misma.

 

Pobre Mezquindad,

tan incomprendida,

tan denostada,

todos reniegan de ti

pero ¡cuántos te abrazan cuando oyen tronar!

 

Pobre hija bastarda,

nadie te quiere como propia,

pero todos te temen cuando te huelen

y tarde o temprano

alguno te sube las faldas para verte las bragas.

 

Luego miran a otro lado,

no va con ellos,

son mejores que tú,

pero todos saben lo a gusto que te fuman

en corrillos,

en selectos grupúsculos

de gente mejor que los demás.

Pobres miserables

que no se dan cuenta de que,

en tus brazos,

le ahorran trabajo a la de la Guadaña,

consumiendo en papel de liar del barato

sus estaciones más dulces.

 

Te mando un beso,

Mezquindad odiada,

pobrecita,

el beso del mafioso

que te promete una próxima visita

entre crisantemos y velas.

 

Guárdate tus trajes de gala,

tu pompa y el tul que te rodea,

déjame a solas con tu enemiga,

déjanos ser felices

y aprende

que el fuego que te alimenta

te consume,

mientras que la luz que compartimos

aleja de nuestro lado

las voces susurrantes

que te acompañan, nutren y abonan,

para desnudar nuestra vergüenza

y enmarcarnos junto a la chimenea en que crepitan

los leños del invierno verdadero.

ROMANCE DE DESPEDIDA, para Lucía

ROMANCE DE DESPEDIDA, para Lucía

Hoy se va Lucía, nuestra compañera de conserjería, y como no podré asistir a su cena de despedida, le escribo este romance que Paula le leerá en la cena en mi nombre:

ROMANCE DE DESPEDIDA

 

Ya los griegos, entre copas

y montando algarabía,

daban rienda suelta, locos,

a su ingenio y gran valía,

entonando, muy felices,

cantos breves, no homilías,

descorchando con empeño

cada frasco de ambrosía.

Los romanos, más altivos,

les copiaban obra y vida,

militarizando un mundo

que a sus pies se hacía “vía”.

Los latines adornaban

sus decires, elegías,

reclinados declinaban

las palabras de Sophía,

el saber arcano y firme,

que enseñaba allí Talía,

musa del teatro, hermosa,

que a todos nos maravilla.

Hoy vosotros, compañeros,

que cenáis aquí en Galicia,

compartís una gran cena,

en señal de despedida,

saboreando todos juntos,

con nuestra amiga querida,

por decirle una vez más

“te queremos, oh, Lucía,

nunca dejes que el olvido

pueble tu memoria, amiga,

nunca olvides que estaremos

contigo en deuda, por vida,

pues “currar” es una idea

que contigo crece y pía,

rompe el cascarón corriente

y abre el vuelo, ¡rebeldía!

Trabajar es una cosa

y lo que tú haces… ¡sangre fría!

Lo veloz tiene contigo

nuevo alcance, ¡qué Lucía!

Lo sincero es poco honesto

si no sabe a olor a vida,

lo correcto es una caja

que sepulta al alma viva,

lo adecuado mata a besos

la espontánea bienvenida

que saluda, aprieta manos,

sin latidos, sangre fría…

Trabajar puede ser eso,

¡nunca contigo, Lucía!

Ser de luz, abrazo tenso,

voz de brisa transalpina,

eco tierno misterioso,

siempre atenta, siempre amiga,

ser de sombra y elegancia,

ojos pillos, muy sencilla,

muy entera, verdadera,

manos de ángel, ¡nunca fría!

Una hormiga que trabaja,

una mano que castiga

si se mueve y dice adiós,

si abandona su casilla,

no la fotocopiadora,

no las faltas cada día,

sí el saludo cotidiano

que hoy se va… ¿vendrá algún día?

La casilla del tablero

que tú ocupas, Lucía,

es tan grande y multiforme

como la luna en el día,

misteriosa invitada

que al sol un ojo le guiña,

enseñándole que sabe

secretos que no diría…

Hoy estamos, pues, contigo,

algunos en otras sillas

diferentes a las vuestras,

pero somos compañía

en la distancia solemne

de un romance que se agita

como lucecita en vela

rebosante de sí misma.

Tintineando te decimos,

ojos rojos, sin saliva,

con el alma apretada

en el puño, no escatima

el dolor en empujarnos

al vacío de la salida,

te decimos, no me pierdo,

que estarás aquí, Lucía,

en cada pecho, en recuerdos,

en miradas cautas, vivas,

en sonrisas y timbrazos,

en rejas que yo no abría,

en libros que devorabas

y en tu voz de profecía.

 

Querida Lucía:

 

Te rogamos que nos disculpes esta ausencia imperdonable pero ya anunciada, pues nos encantaría estar ahí con todos vosotros y contigo, Lucía.

 

Sólo una cosa más:

 

Un abrazo enorme, sincero, te deseamos lo mejor. Este romance te lo escribí hoy en la sala de profes de arriba, con mis mejores deseos, con todo el cariño, y va en nombre de todos TODOS tus compañeros, que te querremos siempre, no sólo por tu formidable manera de resolver cada cuestión en el acto, no sólo por tu eficacia extrema y por tu predisposición a echar una mano en todo momento, sino SOBRE TODO por la persona increíble que eres, que nos has dejado conocer, y porque tres folios no son sino el principio de una pequeñísima parte de todo lo que habría que decirte.

 

Te queremos.

 

Sigue siempre tu camino, con brújula o sin ella, eres la mejor.

 

Un besazo enorme

 

 

 

David

 

 

 

 

Verín, 14 de abril de 2011

 

 

PD: Por cierto, que me olvidaba, ¡Feliz día de la república!

ROMANZA INÚTIL, nuevo poema

ROMANZA INÚTIL, nuevo poema

 

El amor es inútil.

La amistad es inútil.

La verdad es siempre,

siempre,

inútil.

 

El amor no sirve para nada más que para sufrir y hacer sufrir,

por turnos o despóticamente,

para demostrar lo egoísta que se puede llegar a ser,

a pesar de las apariencias,

el amor sólo vale para gastar mucho más dinero del que te gustaría

en detalles que sólo alimentan

las expectativas de recibir más regalos

todavía.

El amor sólo es útil para relajarse de vez en cuando,

en ese breve descansillo en el que se convierte la tempestad

de las eternas discusiones

cuando acabáis de llegar a un pacto,

benditas reconciliaciones,

¿qué sería del amor sin vosotras?

El amor es inútil, absolutamente absurdo,

una hipoteca en la que todo es EURÍBOR,

más y más que pagar,

menos y menos que recibir,

o lo que es peor: justo lo contrario,

no dar a basto,

recibir sin medida,

hasta la extenuación,

morir sepultado en una cárcel de amor infinito.

El amor, definitivamente, no sirve para nada.

Follemos.

Limitémosnos a empujarnos mutuamente,

sudémonos los unos sobre los otros,

gozando como bestias,

agotados,

sin pensar,

como si no hubiera un mañana.

Derritámonos al final de cada encuentro,

para luego caer, felices, libres, inconscientes, útiles,

al otro lado de la cama (o lo que sea),

mirar al techo

y saber que seguimos siendo libres,

escandalosamente libres,

eternamente libres...

¿pero de qué?

Ah, sí...

libres del amor.

 

La amistad es inútil.

Es un contrato que pesa cuando se mantiene a desgana

y duele cuando termina antes de lo esperado.

Te obliga a cumplir “obligaciones”,

a asistir a lugares adonde no siempre te apetece ir,

compartir momentos que no siempre son tuyos,

sino de ellos,

de tus amigos,

esos que saben lo suficiente de ti como para poder hundirte si te traicionan,

esos a quienes viste llorar o que te vieron hacerlo,

esos que han perdido los papeles y por quienes tu también,

aquellos que recuerdas en momentos de euforia,

en momentos de tristeza,

en momentos en los que recuerdas que también sientes algo,

que piensas,

no sólo linealmente,

sino también en bizcocho,

cociendo dos veces recuerdos más que amasados.

Tus amigos son esos seres por quienes has apostado algo

que nunca nadie más te podrá devolver si ellos fallan:

tu adolescencia.

Y muy pocos de ellos te acompañarán realmente,

pero aunque te acompañen,

aunque tengas la enorme suerte de lograr un alma gemela,

también será inútil,

porque no durará lo suficiente,

nunca lo hace.

La amistad es inútil porque te hace perder tiempo,

porque muchas veces escuece como las verdades con el rímmel corrido,

a veces duele casi tanto como la palabra más dolorosa en el momento más vulnerable,

ese en el que nadas sin manguitos en agua de río,

por primera vez,

y tras tragar mucha agua te prometes huir de esa inútil carga,

de la pesada de la amistad,

esa red de números, fechas, celebraciones, compromisos,

ataduras sociales,

y decides la utilidad de la agenda vacía,

del calendario virgen,

de la libertad insultantemente desierta.

Y es que la amistad es un invento inútil y doloroso.

 

Por último, la verdad es también inútil.

No sirve para absolutamente nada lucrativo,

nada que dé dinero,

nada que pague facturas importantes,

nada que sea un atajo,

La verdad es ese bebé que llora en el peor momento y te delata

llegando tarde a casa por la noche.

La verdad es ese espejo cabrón que te redondea

y te llena,

que te acorta las camisetas y te agacha un poco la cabeza,

que te afea o, en el peor de los casos,

te dice directamente que tienes que cuidarte un poco más.

La verdad es el niño que, asombrado, señala el muñón del manco

que pide monedas en un vaso de yogur, sentado en la acera.

La verdad es un beso que te inventaste,

una excusa que nunca llegaste a decir pero te creíste,

una mentira en la que te cazaron,

un adiós que se disfrazó de un “te llamo pronto”

y tonteó con el calendario más de lo esperado.

La verdad es absolutamente inútil,

jamás te permitirá enamorar a quien tú quieres enamorar,

porque o ya lo ha hecho antes de que tú lo supieras,

o espantará a esa persona en cuanto se te vaya de las manos

y se maquille un poco de mentira...

La verdad es esa madre a quien no puedes engañar

sin un pacto previo,

ese trato del “tú no me lo cuentas

y yo me imagino que no lo has hecho,

pero lo sabemos los dos”.

La verdad es ese divorcio que une los pedazos de la tarta de la boda

y se los lleva en un tupper a otra casa,

no a la tuya.

En la tuya queda sólo el mantel manchado y sin recoger.

La verdad es una puta que te cobra por adelantado,

y luego no es lo mismo,

porque la magia de enamorarla está encerrada en su monedero.

La verdad es inútil, no te beneficia

si quieres miel en tus oídos,

si quieres violines en tu baño,

si quieres calor en invierno

y un ventilador gratis en verano.

La verdad es tiritar en diciembre,

sudar en agosto,

y pillar siempre in fraganti a algún barbudo barrigudo

vestiéndose de Papá Noel,

sin barba real,

sin barriga real,

tan sólo con hambre real.

La verdad es real,

pero no con armiño

y cetro

y trono,

sino con charcos,

arroz que barrer tras la boda de otros,

flores que regar en jardines ajenos,

y una única idea en la cabeza:

la verdad no sirve para nada.

 

Pero yo amo la inutilidad.

No sólo porque me gusta el amor,

y me gusta la amistad,

y me gusta la verdad,

sino porque creo en ellos

y son tres palabras que caben bajo el paraguas

amplio y generoso

de la música,

no sólo como protección ante el diluvio de odio, soledad y mentira

que asedia nuestro mundo,

sino como madriguera que me permite encontrarme con aquellos

seres que merecen la pena.

 

La inutilidad te salva de los interesados:

ningún buitre vuela allá donde no ve carroña,

por lo que ningún buitre se acercará a ti si te ve con seres

tan bobos como para creer, como tú,

como yo,

en estas ideas tan inútiles.

Lo mejor de todo es que no necesitas explicarte.

Su propia necedad,

su obsesiva búsqueda de lo útil,

su pragmatismo cartesiano,

envolvente,

los amortaja y encierra en su realidad.

Porque el amor,

el de verdad,

ese que te da vergüenza nombrar en presencia de la persona interesada,

es tan increíble que no necesita rúbrica.

Lo que produce placer no puede ser inútil.

La amistad, ese vínculo tan poderoso que te hace compartirte,

mezclarte,

entregarte,

recibir,

mancharte y manchar,

es inútil para una hiena que busque su exclusivo beneficio,

pero es magnífica para quien realmente ama.

AM-OR

AM-ISTAD

La verdad une esas dos palabras con muchas más intensidad

que la etimología,

esa vieja loca que constantemente echa la vista atrás y nos dice de dónde

vienen las cosas.

Amo lo inútil,

viva lo inútil,

manteneos alejados de lo que sirva para algo.

Servir es un verbo clasista,

es un verbo que somete a aquello que lo enciende,

lo mete bajo el yugo del “para qué”,

y hace innecesario reparar en él.

 

¿Que para qué sirve la música?

Para nada.

¿Que para qué sirve amar?

Para nada.

Y una vez estén fuera de tu casa

esos chupatintas burocráticos,

enemigos de la verdad,

siervos del servir,

cierra los ojos y escucha tu música,

tu musa,

tu mundo,

y revuélcate en tu bendita inutilidad

del mismo modo que el gorrino

se deshace de placer

en su charco de barro.

 

¡Qué bien se está cuando a uno lo dejan por inútil!

ROMANCE DE CENIZA

ROMANCE DE CENIZA

 

Caen las hojas en la arena

de la playa alicaída,

donde hay manchas verdes, rojas,

y la espuma ennegrecida;

caen castillos optimistas,

se hunden entre sales frías,

los erizos moribundos

sellan todas sus salidas,

danzan como en el Oeste

los ovillos, ruedas finas,

impregnándose de conchas,

ahuyentando la saliva,

besos que, entusiasta siempre,

a su orilla el mar envía;

caen los rulos de los nidos

y, entre nubes de cobriza

chamusquina, caen miradas

muy cansadas, muy heridas.

Tres mujeres muy ancianas,

que entre pastas aún se miran,

escurriendo entre sus dedos

asas de tazas muy finas.

Repicando contra el plato

crujen, ¡rara sinfonía!,

tremolando se desborda

su pesar, qué homilía...

No es otoño, eso da igual,

el jilguero nunca pía

si en la primavera falta

un poco más de alegría.

Es su casa un cementerio

donde cenan las arpías

que algún día lamieron cera

y ahogaron al buen guía.

Es su casa un calendario

donde a cruces matan días,

pero no por devorarlos

saboreando la sandía,

aprovechando el dulce jugo

a dientes, babas y pepitas...

Las cruces de la Gran Fe

apagan luces a porfía,

sangran dientes sin morder,

se estropea la comida,

la despensa es un rosario

de miserias, de ir a misa,

un favor que nadie hizo,

nadie hará... ¡Qué mentira!

Los cristales: sucios, rotos;

las ventanas: fugitivas;

los suspiros: palpitantes;

el silencio: hiedra fría.

Frías manos maceradas,

abortada algarabía,

encerradas sus pasiones,

amigas desconocidas;

miran cómo caen las hojas

en la arena alicaída

de una playa que hoy, sincera,

tuerce el gesto, está bravía:

se enfada con su rencor

de naufragios de aquel día,

escozor de heridas viejas,

el rencor que nunca olvida,

sangre y luces derramadas,

el amor que nunca afina,

soledad llena de cuento,

rosa herida y sin espinas:

no la herida del tropiezo

que escuece, en carne viva;

no el dolor de equivocarse,

perder mucho en la partida;

el dolor infame, eterno,

de no haber movido ficha;

el tener todo ahorrado

y darse cuenta, ¡qué desdicha!,

del absurdo del cuidado

al que no sigue la vida,

ver lo poco que nos queda

y cuánto pesa la mochila,

tan llena de paños secos,

llena de “no todavía”,

no tan llena, ciertamente,

en el fondo tan vacía...

Estrujándose los sesos

busca en su memoria herida

aquellos años infantiles:

tres muchachas, nueva vida.

Matrimonio entre dos viudos,

renovada la familia,

esperanzas aplacadas,

muchas promesas fingidas,

una madre poderosa,

ahora anciana con pastillas,

incapaz de dar afecto,

de curarles las heridas,

de ser madre generosa,

cariñosa con tres hijas,

mucho escuecen hoy los ojos

y al mirar afuera guiña

un ojo a aquella gaviota,

ave sucia de rapiña,

largas alas blancas rompen

el perfil de la campiña

cuando trae volando, lejos,

de la playa porquerías.

Blancas alas, aún sin plumas,

su hermana mayor tenía,

ella, la menor, un pato

más que un cisne parecía.

Su complejo siempre ahí,

bien regado lo tenía,

enseñantes, profesores,

madre y la santa familia,

todos a una, siempre duros,

comparaban su valía,

su destreza en el piano,

su francés, su alma pía,

perdedora en el contraste,

siempre uno a cero iba.

Si avanzaba, era tarde,

si paraba, la reñían;

llora triste, empaña lentes

de anciana dolorida.

Juventud atolondrada,

chismes, cuentos, ¡tonterías!,

nunca fue feliz, ¡qué sola

iba a estar toda su vida!

Si supiera aquel entonces

cuán poco aquello valía,

si no hubiera abandonado

la esperanza en “todavía”...

En la otra silla, junto a ella,

ajena a esta retahíla

de recuerdos y dolores,

de verdades y mentiras,

agrandadas por afectos

que llegan con furia e ira

y no siempre son reflejo

de lo que fue ayer la herida,

se encontraba, silenciosa,

una madre desposeída,

su cabeza era un nido

donde no había más que migas,

restos de ideas confusas,

un paté de sangre y misa,

de pecados capitales

practicados sin desidia,

una masa tan oscura

como el vientre en la parrilla...

Una madre enajenada,

bomba de relojería,

una vida aplazada

hasta que algo diga arriba

que llegó el momento exacto,

el instante de partida,

ese en el que se recoja

lo que queda de la diva.

Una madre traicionera

incapaz de amar sus hijas,

pero experta en tenerlas

avanzando en las casillas.

Una mujer de su época,

peón de ajedrez, ¡qué ficha!

Le hubiera encantado

tener tiempo para amigas,

caramelos y amores,

sonrisas cómplices, pillas,

juegos de niñas felices

que aprovechan bien la firma;

pero ella no tuvo tiempo,

su papel, protagonista,

era situar a la hija ajena

do´ las suyas no podrían,

¡qué tristeza, qué destino!

¡qué dolor, tanta ironía!

Permitir ver vieja y sola

a la carne compartida,

a los seres que habitaron

sus entrañas más rojizas,

aquellas que nunca oyeron

más que dentro sus cantigas,

su voz queda y amistosa,

su promesa inmerecida:

darles sitio en su mundo,

pero como señoritas,

aunque él muriese pronto,

lo besó la Muerte fría,

aunque aquél llegase tarde

y aún encima tuviese hija.

Una hija muy guapa,

heredera inmerecida,

de un hermoso pelo rubio,

envidia loca de las niñas,

además de una voz bella

con la que pronto sería

la elegida de aquel cuento,

la princesa prometida,

aquella que calzase el reino

con cristal que la Madrina

regaló entre ratas buenas

a la buena de la niña.

Una madre que sufrió

el desdén de la ironía,

pues murió el esposo amado

legando cruel profecía.

La tercera en el lugar,

una dama anciana y fría,

con ojos de otra galaxia

esta escena analiza.

Fuera, llueven playas secas,

donde danza la otoñía,

dándose la mano hermosa

con las olas que patinan

entre sueños infantiles

y resacas de heroínas.

Dentro, dos mujeres muertas

aún no saben que la vida

se les fue llorando solas,

encerrándose en tinas

con obtuso aceite hirviendo,

con sulfuro, hiel y harina,

empanándose los ojos

con dolores y mentiras,

odiando a la joven loca

que aún ahora desafina

versos cojos de emoción,

notas tercas de insulina,

cercos prietos al espíritu

que no sabe lo que olvida,

que no olvida lo que tiene,

que enmudece por envidia.

Caen arenas del reloj

que custodia nuestra herida,

una herida llena de humo,

con sólo una medicina,

una playa donde mueren

llantos natos en campiña,

donde caen todos los sueños,

caen las hojas, cae el día.

Breve relato otoñal a comienzos de la primavera

Breve relato otoñal a comienzos de la primavera

El pobre Juan estuvo toda la semana dándole vueltas. No había pensado en otra cosa durante meses.

¿Quién se lo iba a decir? ¿A él? Enamorado.

¡Qué ridículo se sentía! A estas alturas: en el otoño de su vida... Enamorado.

Pero Inés era mucha Inés.

Sus ojos innavegables, sus manos (una duna de pieles suaves y graciosas, ondeando al vals de sus pechos meditabundos, oasis de paz y amor encarnado), su vocecita de dama discreta, cauta, decidida y entrañable. Su figura inquietante cosiendo estrellas al andar: un montoncito de paja del establo en el que nunca yació con él, moviéndose sigilosa, como pidiendo permiso al suelo que pisaba.

Sus piececillos de hermana mayor de Cenicienta, sin zapato de cristal ni príncipe ni baile. Su rosario: su mayor tesoro. Cárcel sin rejas que envolvió sus entrañas en papel de Biblia, arrastrándola al convento.

Juan se decidió: la sacaría de allí, se irían juntos a algún lugar, lejos de Sevilla.

El día llegó, entró en el convento, fue a su celda. Estaba vacía. Apoyado entre los barrotes de la ventana vio abajo, en el claustro, una cruz de madera clavada en el suelo.

Casi sin aliento bajó las escaleras y leyó su epitafio.

Lloró amargamente su soledad, maldijo su suerte y abrazó la cruz.

Don Juan mortuorio

 

La mediocridad como refugio, la huida de la excelencia

La mediocridad como refugio, la huida de la excelencia

Decía Horacio "In medio stat virtus" ("La virtud está en el medio"), es lo que se ha llamado la áurea mediocridad.
En principio era un concepto positivo, que se refería a que entre ser cobarde y ser temerario lo preferible era lo intermedio, es decir, ser valiente.
Pero mediocridad tiene hoy connotaciones negativas, ya que en el terreno del arte implica "bueno, pero del montón".
Por extraño que parezca, a día de hoy conozco a mucha más gente que aspira a ser mediocre que gente que aspira a brillar.
Cuando manejo "mediocre" y "brillar" me refiero a que personas que potencialmente tiene enormes capacidades dejan pasar oportunidades que no siempre se repiten para demostrar lo que son capaces de hacer.
Creo que "la ley del mínimo esfuerzo" es su lema, pero en realidad estoy convencido de que es una excusa que oculta lo que realmente es un acto de cobardía.
El que no aspira a nada nunca se equivoca, no puede defraudar: quizá sorprenda con logros inesperados, con un gol metido en el último segundo cuando todos los demás veían al marcador y daban por terminado el encuentro.
La comodidad de decir "yo soy así", "yo no doy más de mí", "no valgo para estudiar" me repatea cuando las personas que lo dicen son más que capaces (y tengo alumnos que se cuentan a decenas en esta situación).
La naturaleza es realmente injusta: reparte aleatoriamente las modalidades teatrales: unos "quieren pero no pueden", otros "pueden pero no quieren", otros "quieren y pueden pero no saben cómo", otros "saben cómo y pueden pero no quieren"...
A veces exponerse a trepar un muro cuando hay gente observando nos pone en peligro de caer y hacer el ridículo. Por eso muchos se sientan abajo y dicen: sube tú que aquí estoy mejor.
El problema es que las vistas que ofrece ese muro desde lo alto no se pueden compartir si uno no está sentado arriba, y por eso me cuesta tanto compartir con mis alumnos las audiciones que les ofrezco en clase: por una parte, no tengo tiempo material para explicar conceptos musicales densos como la armonía, el ritmo armónico, la textura, la estructura interna de las composiciones, los colores que produce una u otra orquestación, las influencias musicales del contexto en que se gestó la obra..., conceptos que harían muchísimo más intensa la experiencia auditiva; pero por otra parte, y esto es lo que NO tiene solución, no hay muchos alumnos dispuestos a abrir sus oídos de veras. En cuanto oyen que la pieza tiene violines vuelven a desconectar el chip y piensan en sus cosas...
No los culpo, todos fuimos adolescentes, pero me da rabia que se pierdan tantos elementos con los que podrían disfrutar. Porque, y ahí está la gran respuesta a la eterna pregunta de "¿para qué sirve estudiar música?", saber música te da muchas más maneras de alcanzar el placer. No un placer estrictamente físico, sino intelectual y mental, interior. Oír una pieza y sentir simultáneamente que sabes cómo está estructurada, lo bien hecha que está, lo bien interpretada que está, el por qué, el cómo, y luego la pieza misma, ella sola, con su melodía, su armonía, su ritmo, sus giros sorprendentes...
Lo siento, hay que hacer esfuerzos. Hay que levantar el culo del suelo, estirarse un poco, crujir la espalda, menear el cuello, poner las manos en la cintura y decir: "yo puedo, y lo haré". Y no hay más.
Ya estoy cansado de ver tantos y tantos cracks conformarse con la mediocridad del suficiente al que se llega por arriba, no por abajo: porque un cinco al que llegas sudando la camiseta es una conquista, llegaste desde abajo. Pero un 5 que era un notable o casi un 9 realmente es un patinazo que uno da porque quiere, porque le da igual casi todo. O eso pretende dar a entender.
Pero a nadie le da igual todo. En el fondo creo que se trata de una estrategia de autoafirmación: como ya hubo quien llegó a lo alto del muro, ya no me interesa ir detrás. Ya sabéis lo que es estar en lo alto del muro. Dejadme en paz.
Necesitamos nuestro espacio, pero ese espacio nunca debe estar en el charco de barro, ni en el suelo recién fregado de un portal desconocido en el que nos hemos sentado sin saber por qué.
Personas muy cercanas a mí, gente de mi familia, han sido desde siempre clara muestra de ello, y lo único a lo que se llega con eso es al desastre de la descontextualización: con una edad que ya no es la de un adolescente se mantienen las mismas conquistas (o menos).
La música es ese gran salvavidas que nos iguala a todos, por eso me gusta tanto dar clases de esa asignatura: en ella, el que quiere puede. Si no sabe cómo, se le indica el camino. Y al final todo el que quiere acaba subiendo al muro.
No importan los conocimientos enciclopédicos que no se tengan, no importan las faltas de ortografía que se tengan. Tampoco me vale el talento que simplemente se tiene y que no supone ningún mérito. Tan solo vale realmente el levantar el culo del suelo y decir "esta boca es mía".
La vida no son números, aunque seamos tiempo.
La vida no son etiquetas, aunque las palabras con las que nos referimos a casi todo sí lo son.
Por eso la música es tan grande: carece de etiquetas, puede abarcar la totalidad del universo con tan sólo doce notas. ¿No es asombroso?
Que ninguna liebre vaya al ritmo de la tortuga, porque si eso sucede cuando empiece a granizar la única que tendrá caparazón para protegerse será la tortuga.

Ontología traumática, breve reflexión sobre lo que somos y lo que no

Ontología traumática, breve reflexión sobre lo que somos y lo que no

¿Dónde termina lo que el mundo espera de uno y dónde empieza lo que uno realmente es es? ¿Somos realmente? Una gota de agua que cae en un charco, ¿en qué momento deja de existir como tal gota y pasa a unirse a la masa que la rodea?
Es extraño, pero muchas veces nos limitamos a repetir lo que otros dijeron, y lo grave no está en la repetición, sino en la pérdida de consciencia, en olvidar que eso no lo produjiste tú, que lo escuchaste y te gustó y por eso ahora lo dices, lo escribes.
¿Es posible crear algo? ¿Hacer que una idea sea algo propio, característico de un ser, separada del resto, lo menos contaminada posible?
Me temo que no, y lo único bueno de eso es que demuestra que somos, mal que nos pese, seres sociales (zóon politikón).
Lo que pasa es que una cosa es ser animal social, y otra muy diferente es ser animal gregario: el animal social se relaciona con otros animales, pero luego vuelve a "su" madriguera, tiene una identidad relativamente propia y se puede llegar a permitir oasis de soledad e independencia.
Y otra cosa muy distinta es ser gregario: una pieza de un todo que carece de sentido al separarse de él. Una abeja fuera del enjambre, o una oveja fuera del rebaño. Eso ya no me gusta nada.
La familia siempre se ha estructurado como un árbol, como algo que viene de aluna parte y va a otra parte. Tú eres un eslabón en una cadena, y esa concepción del ser humano lo rducía a una mera función, no valoraba su libertad individual, su necesidad de autoafirmación, su libertad de pensamiento, su capacidad de rebeldía y disidencia.
La familia hoy día ya no es un árbol: creo que más de la mitad de las personas tenemos a nuestros padres divorciados o infelizmente casados, otro cuarto de la población los tiene viudos o muertos, y tan sólo el 25% restante cuenta con unas noches navideñas semejantes a los anuncios de El almendro.
Eso, lejos de ser malo, es una señal de progreso: creo que nadie debe estar con quien no está bien. La familia que no cuenta con más que dos miembros puede igualmente ser la más feliz de todas.
¿Qué soy yo al margen de ese árbol que ya no lo es? ¿Una rama? ¿Una hoja?... Ni lo sé ni me importa, tan sólo sé que no quiero echar raíces en ninguna parcela.
La gota de agua que se mezcla en el charco... ¿sigue siendo una gota junto a otras o se desintegra, funde, diluye... en esa masa?
Quizá sea comparable a la muerte, en el sentido de que te deshaces y te mezclas con otra materia.
Pero quizá tú ya no seas tú mucho antes de morir, quizá seas una gota que se avinagra antes de tiempo, o que se seca, o que se deja llevar por la brisa.
Quizá lo único que nos salve sea precisamente aquello que nos condena: decía Maruja Mallo que "un ser humano lo era en función de la soledad que era capaz de aguantar", y aunque sea triste, creo que no andaba desencaminada.
Reivindico el ser social, el saber compartir cosas con los demás, dejarse manchar por sus opiniones y ampliar la paleta con la que pintamos nuestro mundo. Pero también reivindico la capacidad de decidir por uno mismo, de equivocarse y aceptar las consecuencias, de acertar por uno mismo y disfrutar de la satisfacción de hacer algo bien, por tener una respuesta propia que dar ante una pregunta que te hace un amigo, un conocido, alguien.
Si seguimos al rebaño, no sólo acabaremos en el establo todos los días a la misma hora haciendo lo mismo, sino que seremos algún día viejas gotas de agua que ya no pueden diluírse en ningún charco por la sencilla razón de que siempre estuvieron en él.
Para darse hay que poseerse. Si no somos, no nos tenemos.
Si no somos, no podemos darnos.

El Entroido, o el tiempo que cabe en un beso

El Entroido, o el tiempo que cabe en un beso

Lo que significa para mí el Entroido:

 

EL ENTROIDO, O EL TIEMPO QUE CABE EN UN BESO

Y como se vino, se fue. Marchó como una exhalación: vibrante, brillante, relampagueante, lleno de colores, sonidos y sensaciones que pronto se unirán a nuestra mochila de equipaje personal.

Un Entroido en el que el buen tiempo nos acompañó todos los días, un Entroido en el que el ritual se siguió a pies juntillas: arrancamos el jueves de compadres, con sus petardos ensordecedores, la cenita en el Brasil con las intervenciones de la charanga (¿qué haríamos sin música en el mundo?¿valdría la pena?), la aglutinación del gentío engabardinado con sombreros y miradas buscadoras de la complicidad nocturna, el juicio del maragato y los locales, llenos de todo tipo de hombres (jóvenes, mayores, adolescentes, jubilados...) y la presencia ineludible de la estríper, una pieza clave en la noche masculina de Verín. Cada local hizo su apuesta, y creo que el Revólver (uno de los mejores locales de Verín) escogió a una chica mucho más guapa que en años anteriores pero realmente torpe a la hora de seducir a una turba de chuzas, avinagrados unos, eufóricos otros, pícaros casi todos. Una noche llena de canciones, grupitos de gente fumando a la entrada de los locales al principio de la noche, pero dentro una vez avanzadas las copas. Una noche divertida que nos da un respiro de siete días antes de retomar esta liturgia maravillosa que se viste con máscaras y harina.

El domingo (Corredoiro) es el día del primer desfile, ese que te pierdes por no despertarte a tiempo (es a las once y te has acostado a las nueve y media...), es el día en el que la plaza se llena con una de esas orquestas que cantan de todo un poco y te entretienen un buen rato. Es el día en que los cigarrones han desfilado luciendo sus trajes, moteando de rojo y blanco y azul y amarillo las calles de un Verín que hoy se pone coqueto, con esos niños que corretean con sus chocas diminutas, aprendiendo a dar latigazos, sintiéndose parte de un ritual iniciático que los acompañará para siempre. Es el domingo en el que ya hay explosiones de harina, carcajadas de luz y sabores, estallidos de rojo y rosa y amarillo en la verbena, en las atracciones (tanto las de la feria como las de los feriantes y visitantes...), un domingo en el que el tiempo no termina de acompañar pero te da igual.

Luego viene la noche de comadres, el jueves siguiente, la ocasión en que tan sólo ellas pueden cenar en los bares y restaurantes, so pena de abucheo y bombardeo de tapones, corchos trozos de pan. Es la noche en que se tira la casa por la ventana, es la noche en que los hombres debemos ponernos faldas, pelucas, tetas y maquillaje si queremos salir con ellas. Es su noche. Una oportunidad para comprobar por qué tardan tanto al ir al baño (odio las medias, pantis, leotardos y demás instrumentos de tortura ideados para hacer caer los calzoncillos por detrás, poco a poco). Una noche en la que la multitud se reúne para atravesar el puente y regresar a la plaza. Una noche para compartir miradas, copas, besos furtivos, secretos, mentiras y verdades. Una ocasión para escuchar el pregón, oír las chocas de los cigarrones y ver a la Reina del Entroido con sus mejores galas. Una noche en la que aunque te disfraces de mujer policía (con gafas enormes de sol, todo maquillado, con peluca rosa fosforito, unas enormes tetas con purpurina, un mono de policía, unas medias negras encima, una microfalda en la que apenas cabes y una porra que acabas perdiendo en la multitud) sabes que algunas normas están por escribir (y otras están mal escritas). La noche en que de repente te ves a ti mismo a las diez y pico de la mañana, bajo un sol castigador que te señala con el dedo y deja caer sobre tu cuello la furia de lo razonable aplazado por lo deseado, regresando a casa con el disfraz destrozado, la cara emborronada, las calles vacías, sucias, con coches que pasan a tu lado escaneando tu perfil, con personas que madrugan para ir a trabajar, a misa, al supermercado o a dar una vuelta y se cruzan con un ser esperpéntico, desorientado, fuera de lugar.

El día siguiente, viernes de compadreo, es un día que empieza tarde, muy tarde: con suerte te despiertas para ir a comer, pues el vermú pasó hace tres o cuatro horas... Te preparas para recibir en tropel a tus amigos y a las ocho, disfrazados los diez de animales de la granja (tú vas vestido de gallo, con un sombrerito inverosímil con forma de gallo, cresta y pico, y con un incómodo pantalón que se te cae porque pesa la cola), cogéis el autobús que os lleva a Laza, lugar entrañable, pintoresco, atávico y ancestral que celebra su 6ª jornada gastronómica en un pabellón donde te dan de cenar cocido, bica y xastré, delicioso licor verdoso que te regalan.

El folión irrumpe varias veces en la sala y llena tu cabeza con su ritmo, persistente, testarudo, hermoso, tribal e hipnótico. En repetidas ocasiones te levantas de la mesa para bailar, cantar canciones con la charanga, hacer una conga o sacarte fotos con tus amigos. Una cena que termina con la excursión de los fachóns (antorchas que iluminan la procesión que atraviesa Laza en una noche de misterio, belleza y ensueño), para acabar tomándote unas copas en el Ardillas, mítico local lazano por el que hay que pasar. No lejos de él aún se respira el aire ancestral que acuna a su figura más legendaria y carismática: el peliqueiro. Un ser de luces y sombras que con su danza milenaria y el acompañamiento de sus chocas da vida al que es uno de los Entroidos más antiguos del mundo. A menudo se le confunde con el cigarrón, pero son dos figuras diferentes que implican formas muy dispares de vivir la fiesta. Después llega la hora de regresar a Verín en el autobús de las dos, y al llegar visitas los locales de bailoteo que más te gustan para volver a casa no demasiado tarde.

El sábado amaneces otra vez cansado, pero con tantas ganas de celebrar el Entroido que tras una ducha milagrosa te renuevas y comes con tus invitados. Es el sábado de Entroido, el día en el que te despiertas sobresaltado por ver que ya es tarde y tienes invitados en casa, y te los encuentras abajo cocinando, hablando, desayunando, todo a la vez, comentando las experiencias de Laza. Por la tarde vais a la plaza, donde te encuentras con amigos, compañeros y demás, y tras dar un paseo bajo la lluvia (vestido de un no tan heroico Perseo, con la cabeza de la Gorgona metida en una bolsa cutre azul que temes acabar tirando a la basura por descuido) compras las seis empanadas que habías encargado en Roscas, una fantástica panadería que hace todo tipo de empanadas.

Vuelves a casa a cenar con tus amigos esas hamburguesas que compraste en la compra del súper y terminas con ellos en la plaza tan sólo unas horitas después, vestidos de piratas y preparados para reventar el carnaval. Orquestas que desafinan, bailan mal, se equivocan un número ilimitado de veces comparten espacio con orquestas profesionales, con un buen repertorio, unos temas muy bien enlazados, grandes voces y mucho gusto musical. Lo grande de esta fiesta, lo que la hace única, es que te acaba dando igual: la celebración va a ser igual de intensa con buena o mala música.

Tu grupo de amigos se reúne con el grupo de profesores y sus amigos, que están disfrazados de demonios y seres de la noche, con un utilísimo carro de la compra lleno de cervezas, con velas y adornos de todo tipo. Tus amigos y tú seguís bailando en la abarrotada plaza donde es casi imposible dar un paso sin partir dos tobillos, un cuello y empujar a seis personas (todo a la vez), pero eso también da igual: la sensación de belleza es tan grande, tan emocionante, que tu cuerpo se convierte en un escaparate de emociones que te deja ver realidades desconocidas. Sigue la noche y, aunque hay bajas en el grupo, el ánimo de divertirse preside la jornada y te ves amaneciendo en la churrería de la alameda.

El domingo de Entroido es el día siguiente, y vuelves a despertarte tan tarde que la comida ya está hecha. Tus amigos están preparándose para marcharse a Vigo, y eso crea cierta sensación de final y nostalgia que tan sólo es un anticipo de lo que te espera el miércoles. Después de aligerar las cosas y recoger la casa, vais al castillo de Monterrei, magnífico monumento que algunas noches parece flotar sobre el valle, resplandeciendo entre claroscuros de otra época, y otras veces te guiña un ojo y te invita a entrar, atravesando sus entrañas históricas, contemplando desde su alta torre las tierras que una época remota le pertenecieron. Se marchan mientras te tomas algo en el Jamón jamón vestido de troglodita, y quedas con tus amigos profesores.

Te encuentras con amigas entroideiras que no se pierden la cita aunque el amor los haya arrastrado a Zaragoza, compartes bailes y copas en locales como el Fidel´s, el Aturuxo o el Alén, disfrutas del ingenio popular viendo disfraces alucinantes e improvisadas discotecas incrustadas en furgonetas y te alegras de que aún sea domingo y queden dos días por delante. Sales por los locales de marcha y regresas a casa acompañado por el sol, el nuevo día al que vuelves a llegar tarde y caminas sobre tus pasos.

El lunes fareleiro es el día en que más harina te echan, pero hay que diferenciar dos maneras de hacerlo: cuando una chica angelical vestida de caracol se te acerca y te dice “te voy a echar harina”, espera a ver tu reacción mientras te esparce harina por la barbilla y desaparece en un acto de complicidad cómico-festiva, la tradición se mantiene, implica a todos en la idea de que hay que taparse la cara, distorsionar la realidad aburrida que nos puede oprimir y hacerle un corte de mangas a la rutina. Sin embargo, cuando te echan un saco de harina por encima, te quitan la careta o te estropean el disfraz para echarse unas risas, entonces la tradición es una excusa para realizar actos vandálicos impunemente. Me hace gracia la idea de que el jueves de comadres, al salir del instituto, los alumnos y los exalumnos te esperan apostados en la entrada, dispuestos a vaciar los sacos de harina que llevan custodiando desde la tercera hora de la mañana. Es una transgresión cómica, divertida, una ocasión que pocos se pierden para hacer justicia con ciertos profes, y la verdad es que me parece divertido siempre que a nadie le caiga un alud de harina. El lunes fareleiro es un día de mucha actividad entroideira: puedes irte a Laza y vivir la farrapada de la mañana, el descenco se la Morena, las hormigas, la harina, la danza de los peliqueiros y los tojos soplanucas. Puedes irte a Oímbra a la fiesta de las bodegas, siguiendo a la charanga y visitando las distintas bodegas, donde te invitan a vino, comida (chorizo, queso, bica, empanada, caldo...) y buen ambiente. En este lugar, que acabas decidiendo ir a visitar este año vestido de mejicano, también te tiran hormigas, harina, líquidos desconocidos y te apagan las luces en algunas bodegas. Todo es compartir, celebrar, sumar. Pasarlo bien en buena compañía, respetar la tradición, valorar lo que hay de bueno en cada lugar y tener ganas de diversión, transgresión de las normas y olvidarse por unos días de la crisis y los problemas del día a día. Al regresar a Verín cenas y sales de marcha, vestido de pirata otra vez, y vuelves a verte con el sol sobre tu cabeza, viendo cómo se alarga tu sombra y juega al escondite contigo.

El último día de este entroidiño que nos dice adiós es el martes de Entroido, un día en el que por la mañana sigues en la madriguera, durmiendo un poco para no morir en la ambiciosa empresa de cerrar todos los bares, un día en el que por la tarde no te pierdes el desfile de comparsas donde la gente no escatima en originalidad, desenfado, ilusión y ganas de aprovechar cada día como si fuese el último. Tras un descanso quedas para cenar, y sales a darlo todo porque es tu última oportunidad, es el final de este Entroido, se acaba y no quieres dejarlo ir sin decirle un par de cosas: quieres aprovechar los bailes de la calle de las cervecerías, quieres escuchar a las dos orquestas en la plaza, quieres ir a bailar a los locales y pubs, quieres ver amanecer una última vez más y constatar que realmente se acabó, que ya no hay nada más que puedas hacer por él, que el tiempo se acabó y tú estuviste ahí, viviendo intensamente cada día de carnaval, cada momento que pudiste aprovechar.

Somos tiempo; somos momentos vividos y no vividos; somos malos recuerdos, excelentes recuerdos y deseos por realizar; somos la picardía que no mantenemos, a ingenuidad que nunca tuvimos y el valor que a veces se nos escapa en abandonos y descuidos; somos caras con y sin careta, conocidos y desconocidos que se saben multiformes, imprevisibles o aburridos, vivos o muertos; somos cada instante que hemos aprovechado y cada mañana que nos hemos perdido por dormir a deshora; somos el afecto que provocamos en quienes nos rodean, pero también su odio, su envidia o su desprecio; alimentamos charlas de café llenas de imprecisiones, calumnias y dedos que señalan, pero también somos sorpresas que se preparan para dar afecto a alguien, mensajes escritos en el móvil y nunca enviados por temor y por supuesto conversaciones inesperadas e inconfesables.

Somos todo eso, y mucho más, y la única época del año en la que se nos permite ser libres, compartir sueños y exteriorizar inquietudes sin la censura del qué dirán es el Entroido, una época de año que cada vez está en un lugar diferente, en un mes distinto, en una climatología diferente, pero que siempre nos alegra el corazón, nos hace más visibles a nosotros mismos y nos recuerda que somos tiempo.

Y el Entroido es el período en el que el tiempo se para, y nos permite oler lo que queremos ser, saborear lo que queremos ver, morder lo que no queremos dejar escapar, en una palabra: vivir.

El Entroido es vida.

Otros enlaces de interés:

Cliqueando aquí accederéis a otro texto relacionado.

Cliqueando aquí accederéis a la maravillosa descripción que Teresa Losada hace del Entroido.

Un poema en el día de los enamorados

Para acompañar este poema elegí esta maravillosa pieza de Mendelssohn (la Obertura de "El sueño de una noche de verano", muy melódica y alegre, ideal para enamorados...)

Una renuncia que escuece casi tanto como seguir la lucha,

una espera que aún lo es y no te dice hasta cuándo,

un adiós que se abriga con las mantas del recuerdo

y no hace más que pasar frío entre ardores invernales,

una mano que acaricia párpados cerrados

mientras explotan venas ardientes de pasión

arremolinándose en camas ajenas,

humillando con redobles de cabezal vecino

el triste silencio propio,

un empacho de ternura y cuidados

que hace enfriarse la carne y la deja seca,

o también un beso húmedo y discreto

que da más hambre de la sed que sacia;

 

un embuste que cuesta mucho y vale poco,

una verdad que se prostituye a cambio de un plural,

un nosotros que no siempre incluye a la pareja,

una búsqueda que acaba en cuanto empieza,

una canción que tú cantas y otros saben mejor que tú,

un himno que repites sin entender toda la letra,

una caricia inesperada que dobla el espinazo

con una descarga de eléctrica sorpresa,

un empujón que ves venir y esperas,

una caída que te arranca del solitario nido,

un cascarón que alberga a dos

o dos que buscan un escondrijo;

 

una borrachera descomunal que te ciega y ensordece,

alejándote de todo y de todos,

una lectura que secuestra a tu alma

desde el primer párrafo,

una rima tan fácil como imposible,

un hecho que en todo es plural a la vez que único,

una flor que engulle tierra y se deja morir en ella,

una embestida salvaje que esparce ternura y fiereza a partes iguales

entre pasos de danza: tango o samba,

una mirada que es espejo de sí misma

y de todas las de la eternidad,

un pedacito de universo que cabe entre los pliegues de un meñique,

el destello secuestrado en tu boca de princesa,

un sol que no sabe si es sol o es luna,

 

una ración de soledad hervida a fuego lento,

entre voces que intentan apropiarse de lo ajeno

ya sea a través de la cordialidad del amigo temporero

que se apunta a la vendimia a media jornada,

o también mordiendo ramas secas en la rumia del mendigo con corbata

que balbucea medias verdades que colman tercios de almas huecas;

 

un plural que nunca podrá pronunciarse en voz alta,

un beso en la mejilla que siempre roza la comisura de los labios,

una mirada felina que se esconde entre las cortinas de la ambigüedad amistosa

un futurible sospechado que no se reconoce

porque tan sólo en las tinieblas de la ensoñación es dulce, a medias,

un “yo no dije, tú tampoco” que prolonga la sombra del ciprés,

un halo de luz que nadie más ve;

 

una palabra de apoyo en el mejor momento,

saciando ecos de voces lejanas,

regurgitadas desde las ramas de olivos muertos superpoblados;

un oído dispuesto a dar cobijo

a la triste colmena herida,

zumba que zumba,

dispuesta a todo por ver crecer la dulce miel

entre aguijones y venenos y laberínticas paredes;

 

un aquí y un ahora,

una promesa que se cumple,

un abrazo que siempre se da,

un guiño que comparte la felicidad del universo conocido

y la grandeza del eterno porvenir,

un silbido que te ensancha el pecho y te mueve a soñar,

una sonrisa entre lágrimas,

un suspiro necesario,

un nosotros que siempre abre puertas

y un mañana que empezó hace ya un ratito…

 

eso, eso es amor,

y quien lo probó lo sabe.

ELEGÍA SALADA

ELEGÍA SALADA

Sus dedos dibujaban

pentagramas de burbujas

en la superficie

afortunada

del agua en que se

untaba su cuerpo

irresistible.

Su pelo daba brochazos

de amarillo

al mar azul que la besaba,

y un verde

fabuloso

se reflejaba en los ojos

deseosos de su carne

que estaban escondidos

en lo alto de la torre

del castillo de arena

que nadie había construido

a orillas de ninguna playa

mientras

nadie braceaba

ensimismada, ajena a todo,

feliz, en un momento en el que

nada estaba a punto de

ocurrir.

Pentagramas en los que las conchas

del fondo

se disfrazaban de efímeras

corcheas,

salpicadas de arenilla

marina

que salía a flote,

descubriendo a las incautas

fanecas,

caseras que te visitan

"casualmente"

si quieren pedirte un nuevo recibo.

Pentagramas mudos

en los que el único solista,

acompañado por el coro

silencioso que tiene todos los

compases

de

espera,

es el triste océano.

Sus dedos dibujaban pentagramas,

y los hacían

amontonando burbujitas

juguetonas,

arrancándoselas al usurero

pez globo,

aplaudiendo la desnudez

hermosa

de la medusa multicolor,

paraguas desarraigado,

radiografía viva,

lámpara hermosísima

que alumbra

las oscuridades

abisales

y que no se deja tocar:

bajo sus faldas

se esconden

los lazos de su primera comunión,

vínculo insobornable

que pica,

hiere,

escuece,

y se pega a tu piel si la rozas.

Una fe ciega

que se deja llevar,

a la deriva,

que se aventura en cualquier

lugar que le salga

al paso,

pero que quema.

En ese mar apentagramado

y espumoso

donde

todo tipo de tesoros

se dejan ocultar

entre algas,

telarañas verdosas y tornasoladas,

y más abajo,

mucho más abajo todavía,

yace entre sombras

Ella,

fugitiva de todo encierro,

de toda caja:

la Esperanza.

Nuevo poema: "No rimes, poeta"

Nuevo poema: "No rimes, poeta"

 

No rimes, poeta

 

Tus ripios amorosos

cortan nata,

me avinagran:

poco o nada creo lo que escribes

 

Embellecen tus palabras

la vileza,

la traicionas impidiéndole ser ella,

obligándole a ser bella,

yo prefiero

el calor de un beso rugoso pero ardiente

al pavoneo hueco,

ligero,

que humilla a la sensible fealdad

maquillándola con cremas,

adjetivos y poemas,

cercenando la pureza que en lo cierto colma almas

y en lo bello sólo asoma

a las pieles más externas.

 

Tus versos pretenciosos,

con palabras resonantes,

como insulsos cascabeles navideños,

agitados entre bostezos y prisa,

desgastan mis oídos

y me irritan...

 

Sé sincero,

toca el suelo,

huele el prado,

mancha tus dedos de artista con la tierra que te alimenta

y siente,

oye el pálpito,

huye del púlpito,

quítate la toga,

y la túnica,

y el birrete,

y los anillos,

y la pompa,

y escucha

con los ojos del vientre

y del cuello

y de la caricia

y del silbido

y de la palabra susurrada

y del secreto cristalino

y del beso prometido

y del abrazo dado

y oye

con atención impecable

y pecadora

los sonidos

los obviados

los inaudibles

e inauditos

cucharazos del silencio hambriento de silencio

 

Cierra tus ojos

y lame con las lentes de tus párpados cerrados

cada rincón

cada hueco

cada semilla

cada posibilidad

cada plan B

o C, o C, o infinito,

cada átomo que te separa infinitamente de lo otro

del otro

de la otra

de ti mismo

y saborea entre mordiscos

incontrolados

la frescura del fruto plantado

arrancado de su rama

en su punto

fresco

sano

prohibido

extinto, incluso,

pero sigue probándolo cada día,

poeta,

no lo olvides,

el fruto prohibido te condenará

pero gracias a él

tu palabra será plantada

en otros corazones

y podrá ser algo

y podrás llegar a alguien

y sabrán otros que algún día fuiste

y podrán compartir tu pena

poeta

tu eterna pena

encerrada hasta ahora en pies métricos

y sílabas rimadas

y verbos terminados en -ando

-ado

-ido

-ar

-aste

la rima es sólo eso:

el fin,

el eco,

la tabla por donde se deslizan las ideas antes de caer de la cubierta

de este

barco

pi-

ra-

ta

que es la poesía

la rima,

querido poeta,

es sólo el polvo que deja la rueda cuando el coche derrapa

la rima,

amadísimo poeta,

es tan sólo la gota de lluvia que deja en tu corazón

la nubecilla de pena

y alegría

y pasión

y locura

del escanciador de versos

que eres tú

 

Por eso,

poeta,

esta Musa dolorida se queja una y otra vez

casi siempre en vano

de los corsés que os empeñáis en utilizar

cuando todos sabemos

que a pelo gusta más

 

Y por eso,

poeta,

me despido de ti en verso libre

liberada de tu jaula dorada perfectamente medida

esperando que mi mensaje

te haga tiritar

y llorar

y reír

para que después puedas escribir

y sentir

y decir sin decir

y amar amando

y escuchar diciendo

y decir

rimando o no

leyendo o no

huyendo o no

decir algo de verdad

en verdad

es decir:

ser

 

Me voy,

poeta,

que otros me buscan y debo partir

pero recuerda lo que te digo

y deja de estropear

la belleza incalculable de lo mediocre

con la infinita limitación de lo sublime

 

 

 

 

Sonetos pictóricos: textos basados en cuadros

Sonetos pictóricos: textos basados en cuadros

Inspirándome en tres preciosos cuadros que hicieron algunos de los alumnos que cada jueves vienen al Club de lectura A árbore vermella, hice estos tres sonetos.

Cliqueando aquí (http://bibliochivite.blogia.com/2010/092303-exposicion-na-casa-do-escudo-de-verin-con-cadros-pintados-por-alumnos-que-asiste.php) accederéis al artículo de la exposición donde los vimos en septiembre, y más abajo tenéis los tres sonetos:

 SONETO I - Cuadro de Iago (Abstracto)
http://picasaweb.google.com/lh/photo/fYzhoXRMe715hySWWVyN5OMLCh2FKMhQYAnsK-LXHOM?feat=directlink
 
Por más que la busqué nunca la hallaba,
por más que prometiese acompañarme;
pues no hay ejército que no se alarme
habiendo roto lazos que anhelaba.
 
Seguí mis intuiciones, mi delirio,
bebí en el cáliz sucio de las drogas,
amé sin fe, abrazado a varias sogas
que me apretaron mucho: ¡qué martirio!
 
Al fin, rendido, abandoné las calles
que tantos besos falsos me ofrecieron;
al fin, llorando, entre madera rota,
 
roida y carcomida entre estos valles,
perdida entre recuerdos que crecieron:
mi amiga de la infancia, mi pelota.
 
 
SONETO II - Cuadro de Leyla (Grifo)
http://picasaweb.google.com/lh/photo/nidbEfFGroz8dtyAE4CIoOMLCh2FKMhQYAnsK-LXHOM?feat=directlink
 
La noche acrivillaba entre mordiscos
centelleantes, grietas del firmamento,
a campesinos que en ese momento
no habían hecho ofrendas, los muy ariscos.
 
El padre de los dioses no perdona,
por mucho que se llore arrepentido,
es Zeus un ser por todos conocido
experto en castigar... pobre Gorgona.
 
Rugiendo entre los vientos penitentes,
preñando de odio y miedo corazones,
matando tras su paso por el monte,
 
respira fuerte aquel que cose mentes,
engulle sangre ajena a borbotones,
preside el ciego Grifo el horizonte.
 
 
SONETO III - Cuadro de Pilar (Chica vigilando)
http://picasaweb.google.com/lh/photo/nNuJZ_bj9s3nxlfSpAh-LuMLCh2FKMhQYAnsK-LXHOM?feat=directlink
 
Las lágrimas aún caían por su cara,
huidiza del cruel castigo paterno,
sedienta de venganza iría al Averno
si allí encontraba cura a su tara:
 
"-Nenúfares silvestres, si me oís,
dadme cobijo hoy, pues os prometo
que aun antes de que muera este soneto
seréis recompensados, ¿qué decís?
 
-"Contentos aceptamos protegerte,
salvándote de una muerte segura."
Pasó el tiempo, la moza se olvidaba
 
del trato. Mas Fortuna, por ventura,
con un apuesto joven la citaba
al tiempo que, entre juncos, vio a la Muerte.
 
 


Nuevo texto: "Florero vacío o flores sin jarrón?"

Nuevo texto: "Florero vacío o flores sin jarrón?"

¿FLORERO VACÍO O FLORES SIN JARRÓN?

 “Por tanto, y considerando que es un hombre peligroso para la sociedad, pido su encarcelación y la compensación económica oportuna, siguiendo los pasos legales conducentes a ello.”

 

* * * * * * * * * * * * * *

 

 

“Las rosas para las ocasiones importantes, pero siempre relacionadas con el amor…”

 

* * * * * * * * * * * * *

 

Si fuera otro día, Julián habría seguido su rutina: primero, se habría levantado a toda prisa a las cinco y media de la mañana. Luego, se habría dado una ducha rápida "por parroquias" con esa agua tan fría y sana de la sierra.

 

Se habría pasado por la tabacalera del pueblo a comprar su desayuno de estraperlo: un trozo de pan rescatado de entre las barras de pan de Marcial y un poco de queso de oveja, acompañados por un buen vaso de leche.

 

Habría visitado el balconcito de Guadalupe, la jovencita recién llegada de las Américas que vendía flores en la plaza y esquivaba miradas envidiosas y seductoras a partes iguales.

 

 

* * * * * * * * * * * *

 

“… Si son negras son elegantes, misteriosas y reservadas…”

 

 

* * * * * * * * * * *

 

Habría cogido las ovejas en el establo del párroco, Don Manuel, y se las habría llevado entre cabeceos agotadores y aún borrándose las huellas de pintalabios con el dorso de la mano, tan tosca para casi todo pero tan hábil para alguna que otra cosa.

 

Habría visto amanecer sentado en su roca favorita, mientras el concierto de cascabeles y cencerros cortaba el césped, engullendo los brotes más tiernos de la colina.

 

Habría recordado que en dos días mamá hubiera cumplido ochenta años, pero los planes del Señor habían sido otros.

 

Habría comido un par de manzanas y otro trozo de queso, con pan duro de hace tres días.

 

* * * * * * * * * *

 

“… si son blancas, son casi siempre puras y sinceras…”

 

 

* * * * * * * * *

 

Se habría dormido una siestecita, en la que habría soñado (como siempre) con un chalé impresionante, con piscina, con siervos y siervas, con un jardín precioso cuidado por Guadalupe y una cocina atendida por mamá…

 

Habría esperado a que cayese insistentemente la lluvia antes de decidirse a recoger el rebaño, pero acabaría haciéndolo por temor a las represalias de Carlota, la "sobrina" de don Manuel, dueña de las ovejas del pueblo.

 

Habría refunfuñado ante la rebaja de su jornal, dadas las adversidades climatológicas, pero habría terminado despidiéndose con una sonrisa bobalicona, de provinciano pánfilo al que nunca podrían pisotear lo suficiente, para acabar llegando a casa cansado, empobrecido y con hambre.

 

Allí, ya al atardecer, se habría encontrado con su esposa, Ramona, una mujer bastante ruda, con demasiado pelo en todo el cuerpo, una mirada seca y unos labios generosos. Se habría entretenido con ella a pesar de sus cincuenta y ocho años, le habría hecho el amor y, agotado, se habría derretido entre las peludas y pesadas mantas de su dura cama conyugal, bajo la atenta mirada de un Cristo de cerámica y un par de ángeles regordetes y cotillas.

 

 

* * * * * * * *

 

“… pero las rojas son sublimes, porque son universales y porque recogen dentro de sí todos los aromas del campo, todas las fragancias de la bella juventud y son muestra viva del frágil equilibrio entre edad y hermosura.”

 

 

* * * * * * *

 

Habría dormido del tirón y se habría vuelto a despertar tan sólo media hora antes del nuevo día.

 

Pero ese día no era un día cualquiera.

 

 

* * * * * *

 

“… Los crisantemos son más socorridos para las ocasiones funerarias: ese color amarillo tan apocado cuando empiezan a secarse reproduce fielmente el destino macabro que nos depara la caja…”

 

 

* * * * *

 

Ese día era el día en el que Julián, ese hombretón campechano y cercano, humilde, creyente de calendario pero no en conciencia, llegó a casa antes de lo previsto, y descubrió que Dios no sólo alimenta el alma sino también el cuerpo, y tuvo que perseguir a Don Manuel por el salón de su casa, y no pudo evitar que la ira bajase las persianas de su lucidez aldeana y dejase solo al ministro de Jesús con su furia, una bestia que supo clavarle los colmillos, que pudo desgarrar en girones su piel de lobo cubierto con la del "Agnus Dei", y devoró con avidez el cuerpo y sangre de Cristo, sofocándose en el proceso, pero sin dudarlo ni un segundo.

 

Pudo ver reflejados en sus ojos paternalistas a aquel Julián de ocho años recibiendo no sólo a Cristo, sino también al Padre y al Espíritu santo, y ya de paso a sus manos - aún sin anillos, pero ya con ganas de baba y genuflexión como saludo habitual, merecido premio a sus esfuerzos en el seminario -.

 

Le dio el tiempo justo para eructar un "perdón" de indulgencia plenaria, pero sus oídos estaban taponados por la cera del odio masticado, por la vida protagonizada leyendo un guión escrito con sangre de pecado, envuelta en un pergamino vaticano.

 

Pudo intuír sus gritos estrangulados por esas manos rudas que tantas veces habían decapitado tantas gallinas, recogido tantas patatas, arrastrado tantas piedras y, en tan sólo alguna rara ocasión, acariciado a Guadalupe.

 

Se hizo la oscuridad, se embutió en su gabardina de noche y silencio y, finalmente, durmió.

 

 

* * * *

 

 

“…Los tulipanes son estupendos para cualquier tipo de ocasión, quizá por eso son mis favoritos. Cuando alguien te regala uno lo hace sin esperar nada de ti, simplemente por el gusto de hacerlo.”

 

 

* * *

 

Cuando se despertó, había un gran revuelo a su alrededor. Sin terminar de comprender nada, Julián fue conducido al cuartel de la guardia civil.

 

Allí, alguien que él desconocía le leyó un extraño informe con esa voz de señorito estudiado pero sin puta idea de a qué huele la hierba fresca, sin saber lo que es despertarse empapado por el rocío tras un calentón inoportuno (aunque siempre bien recibido), demostrando desconocer la empatía para con los procesados.

 

El informe decía:

"P105. DENUNCIA POR ASESINATO EN GRADO DE TENTATIVA, ART. 621 DEL C.P.

En aplicación del art. 101 de la LECRIM y teniendo en cuenta el artículo 621 del C.P., por medio del presente escrito se formula denuncia contra Don Julián Ordóñez, cuyo segundo apellido, domicilio y circunstancia esta parte da por conocida, pastor de reconocida virtud pero también extraños comportamientos, basando esta denuncia en el siguiente hecho:

HECHO

El día 11 de noviembre de 1943, estando en plena celebración del magosto otoñal, el mencionado ciudadano, natural de Orihuela, abandonó su rebaño e hizo aparición en su domicilio familiar, con una actitud agresiva e irreflexiva, y golpeó repetidas veces al párroco Don Manuel hasta dejarlo inconsciente, dándolo por muerto. Intentó estrangularlo, le dio patadas y puñetazos, lo tiró al suelo.

Por tanto, y considerando que es un hombre peligroso para la sociedad, pido su encarcelación y la compensación económica oportuna, siguiendo los pasos legales conducentes a ello.

En Orihuela, a 12 de noviembre de 1943."

En cuanto hubo acabado la lectura, se quitó las gafas y las guardó cuidadosamente en el bolsillo de su camisa, con cuidado de no rozar siquiera sus galones.

 

Julián se quedó atónito. No supo qué decir. No era capaz de decir lo que había hecho en las últimas horas. No lo recordaba.

 

* *

 

Aquella mañana, Ramona estaba diferente. Algo había ocurrido en su interior, y de repente volvió a sentirse más humana, más suave, mucho más femenina… Había llevado una vida muy dura, basada en una sucesión infinita de pequeños objetivos inmediatos que tenía que satisfacer, y entre logro y logro nunca se había dado un respiro.

 

Los últimos acontecimientos habían ablandado su coraza hasta el punto de que sintió la necesidad inaplazable de ir a misa de doce, recoger un par de velas y ponérselas a la Virgen, llorar un poco por sus pecados y, finalmente, se decidió a comprar unas flores para adornar la iglesia de Don Manuel.

 

Había escuchado que en el pueblo últimamente había una nueva chica vendiendo flores, cerca de la tabacalera. Se miró la barriga, cogió aire y apretó con fuerza el pantalón, ahorcando ese vientre cincuentón incapaz de jugar al escondite con los desconocidos.

 

Llegó con cara de preocupación, pero en cuanto se le acercó Guadalupe se disfrazó rápidamente:

 

- Hola, buenos días, ¿puedo ayudarle en algo?

- Hola, buenas. Yo venía a comprar unas flores.

- Ya, ya… Usted dirá.

- Pues yo… la verdad… esto… ¿Qué tipo de rosas me recomiendas?

- A ver… Las rosas para las ocasiones importantes, pero siempre relacionadas con el amor. Si son negras son elegantes, misteriosas y reservadas; si son blancas, puras y sinceras; pero las rojas son sublimes, porque son universales y porque recogen dentro de sí todos los aromas del campo, todas las fragancias de la bella juventud y son muestra viva del frágil equilibrio entre edad y hermosura.

 

- Ah… vale, vale. ¿Qué más me puede decir?

 

- Pues bien, los crisantemos son más socorridos para las ocasiones funerarias: ese color amarillo tan apocado cuando empiezan a secarse reproduce fielmente el destino macabro que nos depara la caja.

 

- Los tulipanes son estupendos para cualquier tipo de ocasión, quizá por eso son mis favoritos. Cuando alguien te regala uno lo hace sin esperar nada de ti, simplemente por el gusto de hacerlo.

 

En cuanto terminó de hablar, Guadalupe notó que la señora Ramona estaba a punto de llorar, y no pudo evitar cogerla de las manos y tranquilizarla poco a poco, clavándole sus ojillos de fríjol, brillantes y pequeñitos, casi tan oscuros como las intenciones de Don Manuel.

 

*

 

La primera bofetada le produjo un intenso zumbido en los oídos, que se colapsaron al unísono. Casi sin tener tiempo para interpretar lo que ocurría, le cayeron dos más, y unas uñas sucias y gruesas se clavaron en su cara, rasgando su piel dorada y suave con la misma fiereza con que se rompe una quiniela que decepciona con demasiados fallos. Cuando consiguió reponerse logró detener la que hubiera sido la cuarta bofetada, pero la sangre le comenzaba a brotar de la cara, con un picor demasiado insistente, y sintió que se empezaba a marear. En vano intentó apartarse del mostrador, cuando una irónica corona de difuntos cayó sobre la cabeza de su agresora, mientras recibía, finalmente, el tijeretazo que haría hundirse su barca: con la velocidad con que se vacía una tina de vino mal cerrada, pero también con la lentitud con que deja de bombear agua la manguera cuyo grifo se cierra, su vida se desparramaba en un charco de tierra, sangre y pétalos de crisantemo.

 

Como Excalibur en el yunque, unas tijeras de florista coronaban el túmulo fúnebre que ahora era su vientre.

 

Un vientre en el que se pudrían dos meses de embarazoso embarazo, dos meses de amor imposible entre una joven mexicana que vendía flores y un maduro pastor de ovejas que no amaba a su esposa.

 

ODA DEL PAREDÓN, nuevo texto poético

ODA DEL PAREDÓN, nuevo texto poético

Oda del paredón

Sin aplomo envío el plomo y, aunque casi me desplomo,

contemplo la paloma que presidía el templo rojo, apolíneo,

apaleada por los pálidos pélidas homéricos,

hambrientos unos, hombrunos otros, umbríos todos,

hombres al fin y al cabo,

agarrados por dos garras en los hombros,

presas de las armas que desarman almas sin calma,

armados por huecas corazas descorazonadas,

absurdas castañas sin nada dentro,

carentes de un cuerdo corazón,

acordonadas por la nada en que nada la razón obviada, odiada,

un recuerdo acordado entre bolsas de plástica vergüenza imberbe

que impregnaría todo para siempre,

sembrando cruel simiente,

miente que miente,

miente mientras no sienta,

asiente sentado con tiento en el suave asiento,

asienta los cimientos del odio subido al podio;

almas desalmadas bien armadas contra todo,

protegidas contra la patética piedad,

patoso lastre castrense que se acuesta con la deshonesta empatía,

peligrosa huella que embadurna hasta la urna al bienvenido felpudo

y hace fiel hiel de lo que pudo ser infiel miel;

prisioneros de las impresiones prietas torturadas entre tuertas salas

ante las sombras que no se asombran aunque obran sin sobras

y escombran cunetas acunando cuentos jamás contados,

abren vetas en almas sin saetas,

olmos desalmados lamiendo lomas, lo más triste que existe...

huyendo a lomos de los más veloces caballos,

aves rapaces capaces de derrapar entre el interés y la virtud,

cayendo por el barranco insalvable de la injusticia legalizada por la bandera alzada, estetas excitados en éxtasis planificados,

savia desangrada en el tronco de la parra desparramada...

hados aferrados a dos férreos brazos, abrazados entre cerezos,

celosos de la libertad ajena, enajenados,

ajados por no aceptar el hado propio,

propinan bálsamos de ajo y sal en las heridas de otros que sí fueron capaces,

nunca rapaces,

y dejan caer el dedo en el gatillo,

abrazándolo con la desesperación de la inconsciencia,

o peor aún,

con la cobardía de la verdad contemplada entre dedos que pretender

tapar,

cegar,

ocultar,

salvar,

perdonar,

y entonces,

sólo entonces,

lo hacen,

y envían la muerte entre dientes,

y luego lloran con lágrimas embarazadas de seis meses,

y saben que la culpa cose sus talones a tus talones,

y sabemos que somos ellos,

que los matamos,

que los hemos visto morir,

y entonces ya da igual,

porque un muerto más es una derrota más,

porque la escopeta que empuño

abrazo

agarro

aprieto

humedezco

seco

me ensordece

relleno

limpio

cargo

me clava sus garras cada vez que disparo

y mi alma ya se ha ido

y tan sólo me queda

seguir

disparando...

Nuevo texto ambientado en la Guerra civil con un mensaje secreto...

Nuevo texto ambientado en la Guerra civil con un mensaje secreto...

Marzo de 1945, Madrid

Tras duros días de enfrentamientos sociales y controvertidas desapariciones, muestra del desgrane de la España de los cuarenta, una vida se esfuma entre la pólvora que escupen diez escopetas injertadas a fuego en los brazos temblorosos de los oficiales del escalón más bajo del ejército franquista.

Es una la que se esfuma, y no diez, porque los otros nueve llegaron prácticamente muertos en vida, siguiendo la inercia del paseíllo previo, ese período sumamente largo para el que ya se ha despedido de todos, y absolutamente efímero para todos los demás. 

La noche devora insaciable varios matrimonios y reparte otra horneada de nuevos huérfanos como quien reparte una mala mano de naipes entre una timba de jugadores obligados a continuar la partida.

Un sol que desayuna avergonzado entre olmos y robles milenarios espabila a un Carlos deseoso de visitar a su amado Juan. Un amor prohibido en tiempos de desconfianza, rosarios y soldaditos de plomo; un amor asesino que mató a dos seres de un solo balazo: uno de ellos aún no lo sabía, pero ya estaba muerto.

Cuando llegó a la cárcel, tras varias preguntas personales "convenientemente" satisfechas, le dejaron acceder a los objetos personales del reo, entre los que encontró una carta.

De entrada no entendió del todo lo que leía. Estaba desorientado, ya que eran personas poco afines al régimen, pero no tardó en entender el mensaje oculto y se marchó para no volver.

En su viaje sin retorno pudo envolver en un hatillo su honor, su autoestima, sus derechos, su felicidad futurible, y un trocito de pan duro. Junto a ellos, tuvo que esconder su pasión, sus deseos, y sumirse en un largo sueño de más de cuarenta años.

Fingió una vida que nunca le llenó, se casó, tuvo una honorable familia en Alemania, desempeñó un trabajo bien remunerado, y, ya mayor, muy mayor, regresó en los años noventa a una España en la que la tierra sólo se removía para plantar pisos.

En un convento, en la capital, su hermana Lola aún guardaba entre sus manos aquella carta que le salvó la vida al maricón de Carlos. Dónde estaría... Dónde...

Unos meses antes de que la Átropo cortase su hilo y la mandase al infierno donde arden eternamente las almas fascistas e incomprensivas, descubrió el misterio de aquella misiva.

Querido lector, ¿serías capaz de hacer tú lo mismo?

"Querido Carlos,

lee despacio. Ten fe en mí; sin cuidado créete ciegamente todo. Nadie con dos dedos de frente lo negaría: la ley con que soñamos nos protege aquí.

Le confiesas todo a Lola. Dices cómo ocurrió todo sinceramente a los agentes. Nada ocultes. La verdad nos ayudará, la policía es de fiar.

Quien desconfía de la justa ley, de los familiares que (como mi querida Lola, esa buena hermana con quien tanto discutí) es realmente un apoyo fiel, uno de los firmes pilares de nuestra familia, merece que ellos, de quienes la virtud escapa, les dé caza en cuanto puedan, sin demora.

Cree antes de que sea tarde

Un abrazo."